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A propósito de Calendario

Calendario ha vuelto a ratificar que entre sus muchos méritos sobresale la capacidad de habernos dejado, en cada capítulo, aleccionadores momentos

Foto: Tomada de Redes Sociales

Alejado del panfleto discursivo y bien asentado en la preferencia del público, ya a punto de finalizar, en su tercera temporada, Calendario ha vuelto a ratificar que entre sus muchos méritos sobresale la capacidad de habernos dejado, en cada capítulo, aleccionadores momentos, con el añadido de suscitar y promover el debate -en el seno familiar e incluso también puertas afuera-, en torno a asuntos trascendentales, que hoy contaminan la cotidianidad del cubano, con cierto tufillo amargo, y a los cuales además de prestarles atención es menester salirles al paso, si queremos defender la salud del futuro, por el cual, desde hace mucho hemos pagando un precio muy alto.

De las abundantes situaciones polémicas –reveladoras y crudas- urdidas por el equipo de realización del que clasifica como uno de los mejores dramatizados cubanos de los últimos tiempos, una, en particular, me arrastró hacia una polémica, con un viejo amigo, maestro.

En el pasaje de marras, la teleserie habla de una experimentada e intachable directora de preuniversitario, quien, sin embargo, matricula a una alumna, a pesar de que su posición en el escalafón (método establecido para optar por las opciones ofrecidas) le había excluido. Decidió hacerlo porque el rendimiento académico de la joven bajo, afectada por una dramática situación personal, y además se tratada de la de un colega jubilado.

Mi amigo la justifica. Para él, la excelente persona que ha demostrado ser Marta, la directora, actuó desde los sentimientos y esta –sostiene- es una Revolución de sentimientos.

Mi amigo desconoce que la Revolución de amores, afectos, sensibilidad, afectividades es también, por sobre todo, de justicia, verticalidad, valores. Él ignora también que, como dijera Martí, el sentimiento hace feliz cuando obra sin que alguna infamia lo infeste.

A mis ojos Marta sumó un punto a la buena persona que demostró ser, pero, al asumir prerrogativas que no le tocaban, desconocer regulaciones, favorecer, y sí, aunque mi amigo profesor -enemigo acérrimo del fraude académico- le cueste reconocerlo, también cometió fraude, falta imperdonable, sobre todo en un maestro.

¿Si la perjudicada hubiese sido tu nieta? Le pregunté a mi fraterno contrincante. Y ni siquiera eso le sacó de su atrincheramiento.

Y tal vez no fuera tan alarmante, si los mismos educandos que pidieron a gritos “queremos a Marta” no estuvieran llamados a ser los hombres y mujeres del mañana, también profesores y directivos, con discursos y actitudes transparentes o modos y arengas equivocadas, demagógicas, mañosas.

El destacado intelectual e historiador Eliades Acosta Matos apuntaba la trascendencia de no perder de vista que “los grandes procesos…, los proyectos estratégicos de alcance universal,…, las revoluciones, dependen mucho del nivel de conciencia que tengan, y de atención que dispensen a lo aparentemente coyuntural, intrascendente, secundario, trivial, personal, íntimo, local y grupal…”.

Por/Elías Argudín

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