La entrada del Ejercito Rebelde a La Habana



 Texto: Rosa Pérez López

Hace exactamente sesenta y cinco años, en el que fuera el principal
enclave militar de la dictadura batistiana, se escuchó por vez primera
una voz de mando diferente que alistaba a todo un pueblo para los
nuevos combates que habrían de sobrevenir: “Creo que es este un
momento decisivo de nuestra historia: la tiranía ha sido derrocada. La
alegría es inmensa, y sin embargo, queda mucho por hacer todavía.
No nos engañemos creyendo que en lo adelante todo será fácil;
quizás en lo adelante todo sea más difícil.”

Era el 8 de enero de 1959 y eran las premonitorias palabras de Fidel
alertando a millones de cubanos sobre las futuras complejidades y
dificultades que sería preciso encarar a partir de ese momento: ni más
ni menos la alta cuota de entregas, de sacrificios y de riesgos que
demanda cualquier revolución, si es verdadera.
Aún el líder supremo no había hablado -como haría poco más de dos
años después en el preludio de una invasión mercenaria- de un
proyecto social “de los humildes, por los humildes y para los humildes”.
Pero los pobres de esta tierra ya lo asumían de ese modo, mientras el
joven y barbudo profeta aseguraba que había sido el pueblo quien
había ganado esa guerra de liberación, y por eso ante todo estaba el
pueblo.
Ese mismo pueblo que había colmado con su júbilo y su
agradecimiento cada palmo del territorio nacional por donde pasara
aquel triunfante ejército: esa Caravana de la Libertad que vino desde
Santiago de Cuba hacia La Habana, porque era a la capital cubana
donde debían llegar los vencedores para consumar la victoria con que
se había iniciado aquel año inolvidable.
Ese mismo pueblo mil veces heroico que ha librado desde entonces
incontables y magníficas batallas por la supervivencia de la Revolución
y sus más nobles conquistas, como lo hiciera en Girón, en la lucha
contra bandidos, durante la Crisis de Octubre; como lo sigue haciendo
en fábricas y surcos, en hospitales y escuelas, en calles y plazas; en
cada lugar donde ha sido necesario defender y garantizar a cualquier
precio ese mejor porvenir que merece nuestra Patria; que merece esta
Habana donde aquel 8 de enero de 1959 una paloma detuvo su vuelo
sobre el hombro del líder de entonces y de siempre, como un eterno
símbolo de paz y de victoria.
nyr

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