El espacio Marcas exhibió un documental sobre el artista
Eduardo Roca (Choco). Foto: Fotograma
del filme
Aun cuando el proceso de transformaciones
revolucionarias, iniciado en 1959 asestó un golpe demoledor a las bases
institucionales del racismo; y en buena medida a las estructurales,
persistieron en el tiempo brechas de equidad y prejuicios.
La más reciente emisión de Marcas colocó en pantalla
un tema ineludible en la agenda pública de una sociedad, como la nuestra,
empeñada en conquistar toda la justicia: la lucha contra el racismo y la discriminación racial.
El guionista y conductor del programa, Ernesto
Limia, lo hizo desde la articulación entre historia y arte, memoria y
actualidad, palabra e imagen. El historiador apeló a la exposición de raíces y
antecedentes de un problema que se fue instalando como construcción cultural
–es decir, en la subjetividad– desde la colonización de la Isla sostenida
económicamente a partir de la importación masiva de mano de obra esclava
procedente de África. Limia aportó cifras acerca de la magnitud del crimen; una
de ellas, la sobrevivencia en la plantación o la casa del amo de solo uno de
cada cinco africanos sometidos a la infame trata negrera, pues los restantes
sucumbían entre el embarque y la travesía.
Al escuchar al historiador, recordé las
atinadas observaciones de Fernando Martínez Heredia en cuanto al racismo
antinegro como herramienta de dominación colonial y neocolonial, y al país que “vivió
el final de la esclavitud envuelto en una guerra revolucionaria de
independencia abolicionista, que marcó la autoidentificación de los negros y
mulatos respecto a la relación entre la libertad y la dignidad personal”,
impulso social lamentablemente frustrado en la república tutelada por el
imperio.
Aun cuando el proceso de transformaciones
revolucionarias, iniciado en 1959 asestó un golpe demoledor a las bases institucionales
del racismo, y en buena medida a las estructurales, persistieron en el tiempo
brechas de equidad y prejuicios, que son los que motivan las acciones del
Programa Nacional contra el Racismo y la Discriminación, puesto en marcha en
noviembre de 2019, con la participación de casi una cuarentena de organismos y
entidades gubernamentales y de la sociedad civil, y encabezado por el
Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez.
La exhibición del documental Código
color. Memorias (2015), de William Sabourin, producido por la
Fundación Caguayo que preside el pintor y escultor Alberto Lescay, trasladó al
telespectador una densa y a la vez fluida trama de percepciones, juicios y
prejuicios, conflictos y contradicciones, asociados al color de la piel, en una
narración que privilegia la visión de intelectuales y gente común nacida o
residente en Santiago de Cuba y en sus alrededores.
Otro valioso material, El hombre de la
sonrisa amplia y la mirada triste (2016), de Pablo Massip, ofreció
argumentos artísticos y humanos que avalan la irreductible cubanía –la
anticipación de la aspiración guilleniana de llegar al «color cubano»– de
Eduardo Roca (Choco). Además del protagonista, despliegan sus puntos de vista
familiares, maestros, colegas del pintor y grabador como Nelson Domínguez,
Alberto Lescay, Diana Balboa y Manuel López Oliva; el inefable músico José Luis
Cortés, y otros intelectuales entre los que figuran el crítico Nelson Herrera
Ysla y la escritora Natalia Bolívar.
A manera de puntuales complementos, Marcas incluyó
un pasaje con la recitación, por Luis Carbonell, del poema satírico
costumbrista ¿Y tu abuela dónde está?, del puertorriqueño Fortunato
Vizcarrondo, y el videoclip que Massip filmó sobre Sonatonga, pieza
orquestal de Roberto Valera, dirigida por él mismo, que simboliza la emergencia
y resistencia de una identidad mestiza.
Pedro de la Oz
amss/Tomado de Granma
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