Por Pedro Jorge Velázquez
Yo podría haber ido a ese concierto. Estaba en La Habana
hace unos días y lo pensé. En otras circunstancias no hubiese faltado. La gente
que me conoce lo sabe. Yo fui de Varela en aquellos tiempos sobrios. Pero hay
cosas que solo pueden explicarse dejando el corazón y yo dejo el mío –más
nítido– al lado de la verdad.
Con la verdad he de morir algún día. Ningún artista, ni
el más virtuoso, puede olvidar que su más grande obra estará siempre detrás del
deber que como ser humano comparte con el zapatero, con el hombre y la mujer,
con el loco que sueña, con el abuelo y el niño, con la gente que lo hace
posible con sus manos: la función de cualquier artista no es otra que una
implicación social para con los suyos, para con lo justo.
Varela era un hombre valiente en mi universo juvenil.
Algún día pensé que esas realidades crudas que me contaba eran para ayudarme a
pensar en un país mejor: yo así lo hacía.
Pero Varela no es un constructor, sus botas de leñador
desean aplastar la justicia social que mis antecesores, los soñadores del reloj
de arena, levantaron. Varela anda con los que tienen el hacha, no con los que
siembran árboles.
Su valentía –si pudiese llamarse así– era una ilusión,
una bengala de pocos segundos, un hachazo en la octava de guitarra, un adiós
constante. Me costará nuevamente cantar una canción de Varela sin pensar en su
desarraigo, en sus falsos mitos.
Varela se acerca lentamente y se vuelve a ir. Ha pasado
su vida partiendo. Varela pudo haber probado su valentía mil veces. En Miami
siempre ha pedido "libertad" para Cuba, quizás porque él mismo nunca
ha sido libre.
En los muchos conciertos que ha dado allá nunca ha dicho
más que lo que allí se aplaude. Varela ha sido un cobarde frente a la mafia que
nos ataca. Varela ha sido un cobarde frente a los que nos cortan los árboles y
nos joden el bosque. Varela no ha tenido el valor de decir allí lo que hasta él
sabe.
Y no lo hace porque su cobardía se empareja a las
prebendas que recibe y a la nostalgia que siente por la Cuba pre-revolución.
Carlos Varela cantó este sábado en La Habana. La Egrem se lo pagó. Dejó caer, con
sutileza, su posición: algunos le apoyaron, es cierto. ¿Pero sabes qué? No hubo
una turba afuera para atacarlo, no le suspendieron el concierto, no se sacó una
aplanadora para escachar sus discos, no le tocaron un pelo... en Miami con Van
Van la cosa fue distinta, en Miami con otros muchos artistas la cosa ha sido
distinta, dura, sangrienta.
Por eso Varela no se atreve a decir nada allá, ni piensa
cuestionarse dónde está la dictadura, la que ciega e impide voces distintas.
Nunca más tendré miedo para decirle a Carlos Varela que cuando quiera hacer
algo por Cuba, por su patria, cuando se quede aquí aportando un granito de
arena por los que sudan: produciéndole un disco a una agrupación de provincia
que jamás ha grabado, ayudando a los niños a hacerse músicos, cantándole a la
verdad, peleando por mi gente, lo volveré a ir a ver y volveré a creer en su
palabra, hoy vacía.
De Varela nadie se olvidó. Varela vive en un mito que no
existe: el mito de la censura, el mito del libertario, el mito del leñador sin
bosque. Pero él tiene bosque, tiene dinero, vive a sus anchas, no padece como
un leñador. No lo censuran, después de todo lo que ha dicho, este sábado cantó para
cerrar el Havana World Music.
Hay quien quiere seguir creyendo en ese mito y le parece
bien que el gnomo siga en Miami endulzando oídos y que, de vez en cuando, pase
por Cuba para cantar mientras cobra dinero del gobierno con que engorda ese
mito. Yo no pienso ser parte de eso.
amss
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