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La inolvidable Gina León. Foto: Fernando Lezcano
En el primer lustro de los años 60, Aléjate estaba en el aire, de la mañana a
la noche, en las victrolas que entonces existían, y en la radio, ideal para quienes
rumiaban las penas del amor ido o entreveían la puerta abierta a un posible nuevo
amor.
Aléjate tenía rostro y voz de mujer, de una cantante que hizo época,
Gina León, que daba impulso a la versión
de un bolero de Roberto Cantoral, presente en la Isla por intermedio del trío Los
Tres Caballeros. Una Gina León que no
se aleja, que siempre tendremos cercana, aun cuando el último miércoles se haya
marchado, a los 86 años de edad.
Los parroquianos que frecuentaban las noches
del hotel Capri le dieron todo el crédito del mundo a aquella mulata que asumió
el reto de sustituir a la inefable Olga Guillot, en el espectáculo del Salón Rojo.
Sin embargo, la popularidad de Gina se
asentó en los medios de difusión. De San Antonio a Maisí, no solo con Aléjate, sino con Perdóname, de Felo Bergaza.
La televisión familiarizó el semblante achinado, la estampa correcta, el peinado
singularísimo y una voz cálida, dúctil, que extraía a cada melodía, a cada verso,
los mejores jugos. Era un tiempo de grandes mujeres en la canción cubana, díganse
Elena Burke, Ela Calvo, una Omara Portuondo y una Moraima Secada que se divisaban
en el horizonte de sus carreras como solistas, de las dos Martas, Strada y Justiniani.
Otra gran Marta, la Valdés, llamaría la
atención sobre algo para tener en cuenta: cantar sin estridencias. O como ha dicho
Rosa Marquetti: “Gina era refinadamente
apasionada y estudiadamente distante, lo suficiente en ambos casos para sencillamente
encantar”. Odilio Urfé no se equivocó al jerarquizarla en el cartel del Primer Festival
de Música Popular, efectuado en el teatro Amadeo Roldán. Detrás de Gina, el rigor de un repertorista, Candito
Ruiz.
A finales de los 60, Gina medio que se perdió, y eso que estaba
en un punto máximo. Entre la interrupción abrupta e injustificada de la vida nocturna,
la prevalencia de la canción ligera pop de procedencia hispana, y el relevo generacional
de las audiencias, más los avatares de una política musical mediática incierta,
el bolero y la genuina canción cubana retrocedieron en el gusto. Gina no declinó
jamás; quien la quisiera escuchar, la encontraba.
En 1989 lo hizo con Adalberto Álvarez en
el álbum Nostalgias, que grabó con su
conjunto, al cuidado del notable productor y discógrafo Jorge Rodríguez. Un año
antes, los estudios Siboney de la Egrem, en Santiago de Cuba, registraron siete
canciones y un popurrí de boleros, abanico que recorrió desde Aléjate y Plazos traicioneros, de Luis Marquetti¸ hasta Años, de Pablo Milanés, y Palabras,
de Marta Valdés. Las notas del disco llevan la firma del escritor Reynaldo González.
Cuando en 2021, al fin, el bolero fue proclamado
Patrimonio Cultural de la Nación, muchos de los presentes en los jardines de la
Uneac evocaron a Gina. Ella forma parte
de la constelación de artistas que sustentan la brillantez y permanencia de los
boleros de oro. Quien lo dude, debe escuchar el formidable dúo de Gina y Fernando Álvarez en Sombras que besan, de Isolina Carrillo, una
grabación icónica con aires de futuro.
amss/Tomado
de Granma
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