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Retrato del actor y director teatral Pedro Vera, líder de Teatro D'Sur. Foto: Ernesto Cruz
Al recibir la dolorosa noticia de la muerte de
Pedro Vera, se agolpan en mi mente los
nombres de tantos comunes amigos y colegas con quienes, a lo largo del tiempo, emprendí
el camino a Unión de Reyes, una ruta que significaba visitar a Pedro y su teatro.
Pocos meses después de cumplir 70 años, nos abandona
el actor y director, uno de esos obsesos del arte de las tablas, como pocos he conocido.
Allí donde nació, donde conoció a su tío Abelardo Estorino, donde cuidó por tanto
tiempo de su madre, fundó Teatro D’Sur como un colectivo de aficionados en 1980,
hasta profesionalizarlo una década después, cuando lo permitió la entonces naciente
política de proyectos de las artes escénicas.
Teatro D’Sur marcó en su nombre la ubicación geográfica
de Unión de Reyes, pero no solo eso, fue una declaración de principios: la de pertenecer
a la humanidad del Sur; saberse hijo de una historia y de una cultura; reconocerse
en el margen que, sin embargo, nunca resultó condición municipal, aunque expandiera,
por supuesto, las resonancias del pequeño territorio más allá de sus límites.
Y, sobre todo, hacia dentro del pueblo mismo, porque
Pedro Vera fue un incansable animador
de la vida social de Unión desde el teatro. Imposible no mencionar, como ejemplo,
la conclusión del Coloquio Ochenta Estorinos, en 2005; aquel parsimonioso ritmo
pueblerino roto por el homenaje popular a su querido hijo mayor, el poeta dramático
Abelardo Estorino, como años después rezara la lápida bajo la cual reposan sus restos
en el cementerio de su localidad natal.
Formador de actores y ¡de un público!, instigador
del amor al teatro, entre su repertorio destacó la dramaturgia nacional y, entre
ella, su devoción por Piñera, de quien estrenó La sorpresa, poco después
de la muerte de Virgilio. También de Estorino, Montero y Rodríguez Febles. En otras
coordenadas, amplísimas, fue de Lorca a Plinio Marcos, de Heiner Müller a Jon Fosse,
y dio seguimiento, con numerosas puestas, a la obra del chileno Jorge Díaz.
Desde su atalaya en Unión de Reyes, viajero inmóvil
como Lezama, sobre todo en los últimos años por su enorme peso corporal, Pedro Vera fue un hombre de mundo. Mucho
antes de la aparición de internet, siempre estaba al día. Leía revistas y libros
de todas partes. Sus juicios, asentados en su vasta sapiencia, eran más penetrantes
que los de quienes se ufanaban por estar cerca de los hechos. Comentaba de la escena
en Berlín o Buenos Aires, como si hubiese estado en las temporadas de estreno. Participaba
en cuanto evento le extendía invitación entre nosotros; en fechas recientes le fue
fiel a las citas teatrales de El Mejunje, en Santa Clara.
Hombre cálido, de deliciosa conversación, tan respetable,
tan querible, descansa ya junto a su amado Estorino en el camposanto del terruño.
Sabiéndolo árbol para siempre allí, volver a Unión, más que nunca, será volver a
Pedro Vera.
Omar Valiño
amss/Tomado de Granma
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