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"Yo, el Enviado" en la narrativa insular

 
Portada de la novela El enviado, de Julio Travieso

Entre las novelas del escritor Julio Travieso Serrano, Yo, el Enviado (2009, publicada en Cuba con el título de El Enviado) resulta un tanto insólita. Ante todo, porque si bien la temática histórica es recurrente en la narrativa del Premio Nacional de Literatura 2021 (a cuya figura, entre otras, se dedica la 31 Feria Internacional del Libro de La Habana 2023), tal contenido se había circunscrito en él al siglo XX y más tarde al XIX, o al entrelazamiento de ambos. Pero nunca a tiempos tan remotos como los del imperio romano y la edad media, ligados literariamente a las postrimerías del siglo XX y primeros lustros del XXI.
 
Sin duda, para el autor de esta narración su escritura debe de haber requerido esfuerzos superiores por los contextos históricos donde se desenvuelve y las reconstrucciones de sus escenarios, sin obviar la cuestión central, digamos filosófica, del relato, que podríamos resumir en el dilema siguiente: ¿puede el mal conducir al bien o a la inversa?
 
Inobjetablemente deviene un conflicto espinoso dadas las interpretaciones que suscita. Es irracional para quienes creemos en el bien como divisa suprema de progreso de la humanidad en todos los órdenes, como estímulo principal para alcanzar sociedades más equitativas y avanzadas. Sin embargo, el comportamiento del tema no es tan sencillo. Ciertos segmentos de la sociedad en los diversos momentos de su desarrollo contradicen nuestras utopías, ya que se consideran paladines de las ideas del “bien”, aunque lo hagan a partir del mal, según lo vemos en las corrientes neofascistas y terroristas actuales o en los modos más sutiles del neoliberalismo global.
 
Quizás el aumento desenfrenado de la violencia en el planeta y la absurda pérdida de valores expliquen las especulaciones cuasi filosóficas de Yo el Enviado. ¿A qué lógica responden, por ejemplo, los asesinatos de mujeres en ciudad Juárez y otras urbes de México o los actos terroristas en Nueva York y Moscú referidos en la novela? ¿O, para actualizarla, la emergencia en varios puntos del planeta de grupos neonazis causantes de graves incidentes y matanzas en los días en curso? ¿Insinúan estos hechos posibles nexos con las ocultas sectas heréticas surgidas en el Imperio Romano o con los baños de sangre provocados por las Cruzadas en el siglo XIII? ¿Constituyen una metáfora del caos diseminado por el dios del mal, Ahrimán, mediante su Enviado? La ficción deja a los lectores la elucidación de esos y otros problemas que apremian a las sociedades de nuestro tiempo.
 
La presentación, tal vez excesiva, de tramas mantiene, empero, en continua tensión a los receptores a tenor del intenso ritmo de los acontecimientos y del claro diseño de los personajes. Las acciones principales recaen sobre el Enviado del Mal, un personaje transtemporal que resurge en distintos siglos: “Soy el Enviado y no puedo quejarme. La misión que me impuse, muchísimos siglos atrás (…), se ha ido cumpliendo y casi toca a su fin”, y en el presente sobre Ricardo Rojo, periodista sudamericano radicado en México, el cual reporta una serie de actos violentos junto al hallazgo de antiguos instrumentos de tortura en la mansión de un acaudalado. Por si no bastase, Rojo se obsesiona “por escribir un libro sobre las torturas y el mal”.
 
Estas imágenes contrastivas se complementan con otras intrigas de análogo corte, las que ofrecen un complicado tejido narrativo a la ficción y la transforman en una “rara avis” dentro de la novelística insular, más a tono con ciertas tendencias del género en la América Latina de nuestros días.
 
 
amss/Tomado de Granma
 

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