Imagen promocional de la exposición Mundos, Goya y Fabelo. Foto: Ilustrativa
De alguna manera Francisco de Goya habita en la
obra de Roberto Fabelo, pero la
mayor coincidencia entre el aragonés y el camagüeyano transcurre en la mirada
con que ambos, cada cual en su tiempo, escrutaron los sueños, pesadillas,
abismos y estremecimientos del alma humana; nunca en abstracto, sino en
relación directa con la vida social que incide en la creación.
Por esa razón Mundos, Goya y Fabelo acapara la atención del panorama
artístico madrileño desde mediados de febrero; y seguramente lo hará hasta el
30 de julio, cierre de la exposición acogida por el Centro Cultural Conde
Duque.
La exhibición comprende 160 grabados goyescos
de las series Los caprichos y Los desastres de la guerra en diálogo con 13
obras del artista cubano, entre ellas las instalaciones Liderazgo, conformada
por 21 piezas de atractivo cromatismo que reproducen las figuras de
rinocerontes, y Sobrevivientes, cucarachas gigantes dotadas de elementos
antropomórficos, que ocuparon en una ocasión la fachada del Museo Nacional de
Bellas Artes de La Habana (MNBA), y ahora dividen su presencia entre el Conde
Duque y la Casa de América.
“Sentir a Goya como un ángel guardián es una de
las cosas que me ha acompañado a lo largo de mi vida”, manifestó Fabelo a propósito de la iniciativa de
la Fundación Ibercaja, al respaldar la curaduría de los especialistas Marisa
Oropesa, Mario Hernández y Jorge Fernández, este último director del MNBA.
El historiador de arte cubano recordó que “Fabelo, al igual que Goya, no se aleja
de su contexto: sus elucubraciones personales están vinculadas a las
conmociones sociales de su época; son, a la vez, interrogantes que se plantea
sobre sí mismo y cuestionamientos acerca de la propia validez o eficacia de lo
que él mismo crea”. Y subrayó: “En ambos casos, la inspiración surge del
contexto en el que viven los artistas, para luego crear obras que trascienden
el lugar y el momento al que se adscriben y ser portadoras de un significado
universal”.
Los caprichos surgieron entre 1796 y 1798. Su
factura aseguró a Goya un lugar prominente en el arte del grabado. A través de
sus estampas, y mediante un derroche de fabulación, el artista clava sus
dardos, con una gran carga satírica e hiperbólica, en vicios, miserias y taras
sociales que aludían a un momento de profunda crisis en la España de la época;
imágenes válidas para todos los tiempos, al igual que las de Los desastres de
la guerra, concebidos de 1810 a 1820, donde refleja la experiencia de la insurrección
contra el dominio napoleónico y la estela de crueldad, fanatismo, terror,
injusticia y muerte resultantes del conflicto bélico.
En cuanto al repertorio visual de Fabelo, los curadores tuvieron a bien
refrescar unas palabras que publiqué en Granma en 2014, en ocasión de una
muestra en el Museo de Arte Latinoamericano de Long Beach, California: “La
filiación expresionista de Fabelo se
empata con la tradición occidental que ha ido trazando hitos desde los grabados
de Alberto Durero, las abismales composiciones de El Greco y Los Caprichos de
Goya. Pero también se relacionan con la sensibilidad barroca latinoamericana,
que nos llega tanto en la arquitectura vernácula como en la eclosión poética de
la literatura de Alejo Carpentier y Gabriel García Márquez”.
Mundos, Goya y Fabelo coloca en primer plano la obra de un
artista cubano en el que confluyen la fuerza de la expresión plástica, y el
reconocimiento social.
amss/Tomado de Granma
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