La Jungla, de Wifredo Lam. Foto: Tomada de Granma
La
Jungla, esa pintura emancipadora de Wifredo Lam, el
autor la concibió como un manifiesto
tercermundista frente a los poderes neocolonialistas.
Realizada 37 años después
de Les Demoiselles d'Avignon, la obra
rupturista de Picasso, las mujeres lunas que pueblan el lienzo selvático del
cubano están ubicadas para rememorar la pintura del español. “Quería con todo
mi corazón pintar el drama de mi país”, diría sobre ella Lam; “molestar los
sueños de los explotadores”.
Para Lam, no bastaba la
esencia anticolonial del cuadro, necesitaba, también, hacer explícita su militancia.
Hay puentes evidentes
entre La Jungla y la poesía de
Nicolás Guillén. Monsieur Dupont te llama inculto, / porque ignoras
cuál era el nieto / preferido de Víctor Hugo. / Herr Müller se ha puesto a
gritar, / porque no sabes el día (exacto) en que murió Bismark./ Tu amigo Mr.
Smith, / inglés o yanqui, yo no lo sé, / se subleva cuando escribes shell. /
(Parece que ahorras una ele, / y que además pronuncias chel.) / Bueno ¿y qué? /
Cuando te toque a ti, / ándales decir cacarajícara, / y que dónde está el
Aconcagua / y que quién era Sucre, / y que en qué lugar de este planeta / murió
Martí. / Un favor: / Que te hablen siempre en español.
Para Guillén, no bastaba
la esencia formal anticolonial de sus poemas, necesitaba, también, hacer
explícita su militancia.
Como mismo hay un proceso
colonizador cuando las metrópolis nos compran el azúcar para vendernos los
caramelos, o nos compran el coltán y el litio para devolvernos el teléfono
celular, también lo hay en lo simbólico.
Nos roban nuestra cultura
y nos la devuelven desfigurada; pero manteniendo, en el fondo del monstruo,
aquellos elementos que no dejen de apelar a lo conocido para garantizar el
gancho de adicción.
Porque el arte que se hace
para vender no busca al receptor que piense lo que se le entrega, sino al
adicto que consuma lo que se le venda. Logrando, con el adoctrinamiento, la
oligofrenia de junky, que cada vez
pone menos reparos en descender más al fondo del consumo deshumanizante.
Hay una victoria
colonizadora cuando se logra que el público aprecie al arte; no por su valor
antialienante, sino por el precio que obtuvo en la última subasta de mercado,
en las últimas ventas online o el
monto del patrimonio del artista que lo realizó.
Hay una victoria
colonizadora cuando les entregamos las llaves de la legitimación de nuestro
arte a los sistemas torticeros de premios establecidos en las metrópolis. Todo
acto de mercado con el arte es un hecho alienante, querámoslo o no. Al
convertir en mercancía aquello que es único, el fetichismo que le es propio al
acto de trashumancia se hace inevitable. En el proceso, el homúnculo que emerge
de la olla del brujo, solo refleja, como espejo, en lo que nos va convirtiendo.
Hay determinado homenaje
al autor de La Jungla en algunas obras que, para turistas, algunos avezados
pintores hoy crean. Sin embargo, en esas obras se les escapa que el Chino se
negó a hacer “poesía para turistas”. Eso las descarta a todas.
Todo arte es ideológico,
pero no todo arte es militante. Cuando el arte genuino, como portador de una
ideología que descoloniza, se le vuelve incómodo al capitalismo hegemónico, su
ejercicio no se centra en el imposible de desideologizarlo, sino en hacer que
no milite. Poner el Guernica en el museo de la Reina Sofía, no es,
esencialmente, un acto de preservación cultural, es primero un acto que
pretende la claudicación. La Jungla en el MoMA, ubicada durante años en un
pasillo camino a los vestuarios, no es un reconocimiento al pintor inatajable,
es un intento de domesticar su grito de combate.
Allí le caen (le siguen
cayendo) pelotones de críticos de arte, historiadores y otros amanuenses, que
nos devuelven su simbolismo, en forma de artículo, folleto, material
audiovisual, desnudado de su esencia descolonizadora: nos han robado la azúcar,
con todo su sudor-sangre del trópico y nos la disfrazan de caramelo. Si se le
agrega, como centro de atención, el valor que el cuadro ha alcanzado en el
mercado de subasta, ya el proceso de desmilitización se completa.
Pero aun en ese caso, por
más que lo intenten eliminar, La Jungla posee un valor irreductible de rebeldía
que siempre quedará, aún si es latente, y esa condición revolucionaria es un
problema. Por ello, su permanencia en el MoMA puede verse como una condena perpetua
por el crimen comprobado de la antihegemonía, y para asegurarse de ello, lo
rodean de cuanto mecanismo de seguridad físico y simbólico evite su fuga a una
selva carpentiana.
Enfrentados a la realidad
de que la obra insurgente ya hecha se vuelve irreductible y constreñirla es la
única solución a la mano, el empeño se ha puesto en que ellas, las obras que
revolucionan, no ocurran. Para ello, qué mejor instrumento que la probada
capacidad del mercado para totalizar al creador en un hombre de negocios, donde
la ganancia se vuelve fin único de toda su actividad humana. El mercado, ese
antimidas, todo lo convierte en porquería. Agrégale un poco de posmodernismo al
brebaje y la magia está hecha: para bálsamo de conciencias, la narración
perfecta de que no hay empeño virtuoso en las grandes epopeyas, porque todas
son imperfectas. Fin de la historia.
Lo perverso del acto es
que se nos está imponiendo tomar como inevitable ese proceso de reducción del
arte a mero empeño comercial. Asumido como tal, implicaría comprender que hay
actitudes que se asumen para garantizar la viabilidad del negocio.
Incluso, no los tomemos tan en serio, ese último escándalo por lo que dijo en
una entrevista o declamó en un escenario, es sencillamente un acto de mercadeo:
no veamos como conspiración lo que puede explicarse penosamente como fraude.
Pero la perversión es
mucho más compleja. Si no nos hacemos ver como cubanos en lo mejor de nuestros
pintores, nuestros músicos, dramaturgos, cineastas, escritores, nos lo harán
ver (nos lo están haciendo ver) en cuanto arte mercachifle se nos devuelva como
cubano, después de pasar por la colonizadora máquina implacable de la
alienación mercantil regurgitada desde el norte. Peor aún, si no ponemos ese
arte genuino nuestro a militar, nos lo harán ver (nos lo están haciendo ver)
como un arte al margen de la batalla cultural anticolonizadora. Si no lo
ponemos a militar nos lo convierten (nos lo están convirtiendo), obra y
creador, en mercancía alienante.
No basta con bailar el
son, hay que ponerlo a combatir contra la enajenación que se nos impone desde
lo cultural. No basta poner los cuadros de nuestros pintores en fondos de set
de filmación (o cortinas de baño), hay que ponerlos a militar en el cotidiano
escolar, laboral, mediático: público. Al arte hay que hacerlo militar en cada
espacio posible.
Todos somos cubanos, pero
no lo somos para la inopia; lo somos para el combate.
Hagamos de los museos un nido de conspiración anticolonizadora con sentido de batalla. Al arte hay que hacerlo combatir, sacándolo a lo cotidiano con sentido de batalla. Al arte hay que hacerlo combatir, metiéndolo en las escuelas con sentido de batalla. Al arte hay que hacerlo combatir, metiéndolo en los medios con sentido de batalla.
El Halloween del norte no se combate de manera efectiva con la queja
impotente, se combate haciendo militar en toda la geografía nacional, la Fiesta
del Fuego. Si no hacemos de toda Cuba un Santiago, nos la harán un Miami. A la
máxima de que el mundo todo es un escenario, hay que agregarle “de combate”.
Sin la intención política
no hay militancia, el enemigo lo sabe, nosotros, en ningún espacio, debemos
olvidarlo. La lucha contra la burguesía, y sus adláteres, no es un prejuicio,
mucho menos un dogma, sigue siendo una necesidad histórica. Frente al poder
hegemónico y abrumador del capitalismo global, la única resistencia efectiva es
la que reconoce en la beligerancia, el estado natural de lo revolucionario.
Asumamos al enemigo de una buena vez, nos va la vida en ello.
Hagamos de los museos un nido de conspiración anticolonizadora con sentido de batalla. Al arte hay que hacerlo combatir, sacándolo a lo cotidiano con sentido de batalla. Al arte hay que hacerlo combatir, metiéndolo en las escuelas con sentido de batalla. Al arte hay que hacerlo combatir, metiéndolo en los medios con sentido de batalla.
amss/Tomado de Granma
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