Fotos: Luis Jiménez Echevarría
El 26 de julio de 1953 Cuba fue testigo de un acto de rebeldía nacional que
desató un proceso revolucionario de transformación social, cuya esencia reside
en los hombres y mujeres protagonistas de esta lucha.
El asalto a los cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba, y
Carlos Manuel de Céspedes, de Bayamo, contaba con un sentido programático, un movimiento con
proyección de cambio para un país donde más de un millón de personas eran
analfabetas y gran parte de la población padecía miserias en los ámbitos de
salud, vivienda y educación.
Pero a estas acciones las
precedió un dedicado trabajo organizativo en el que los asaltantes se
refugiaron en espacios clandestinos para adquirir los conocimientos básicos que
necesitarían en el inminente período de lucha.
La Universidad de La
Habana (UH), Alma Máter de cinco de los moncadistas, entre ellos el líder histórico
de la Revolución Fidel Castro, fue sitio indispensable para la formación de
jóvenes capitalinos que compartían la visión futura de un país libre de dictaduras.
Francisca López Civeira,
doctora en Ciencias y profesora titular de dicha casa de altos estudios,
comentó en entrevista exclusiva a la Agencia Cubana de Noticias que el valor
simbólico de la UH en las acciones del 26 de Julio y otros sucesos previos no
debe quedar en el olvido.
En 1952 se fundó en la
Facultad de Ciencias el Movimiento Nacional Revolucionario (MNR), con Rafael
García Bárcena al frente; y meses después nace en el Salón de los Mártires el
Frente Cívico de Mujeres Martianas, acotó.
Cuando se produjo el golpe de Estado del 10 de
marzo de ese mismo año, bajo la dirección de Fulgencio Batista, la reacción
masiva en el país fue de miedo; pero quienes buscaron un espacio de oposición
lo encontraron en la UH, destacó.
Sobre esta actividad
preparatoria, el libro La capital en el
Moncada, de Teresa Andux-González, Haydée Laborí Ripoll y José Leyva
Mestre, presenta algunos testimonios de participantes en las acciones del 26 de
julio, recogidos en publicaciones y archivos históricos a lo largo de los años.
Juan Almeida Bosque,
Comandante de la Revolución, explicó en una de estas entrevistas que luego de
los sucesos del 10 de marzo, se dirigió a la UH junto a Armando Mestre,
estudiante de bachillerato del Instituto de La Habana, para unirse a las
fuerzas vivas y al pueblo movilizado que se aglutinó allí en repudio al golpe
militar.
El armamento que el
presidente Carlos Prío Socarrás había prometido nunca llegó, explicó; por ello
las armas que vi por primera vez en mi vida fueron las que nos puso Fidel en la
Colina Universitaria, en el Salón de los Mártires, para hacer prácticas de tiro.
Según López Civeira,
cuando la UH se convirtió en un espacio de entrenamiento y preparación para
combatir la dictadura, Fidel ya se había graduado de Derecho Público en 1950;
pero seguía siendo matrícula porque cursaba un doctorado de Ciencias Sociales.
Hasta el 22 de diciembre
de 1952 se entrenaron de forma clandestina en distintos espacios como sótanos,
las cercanías de la escalinata, la azotea de la Facultad de Ciencias, el Salón
de los Mártires, la Quinta de los Molinos y el estadio.
Según testimonió el
moncadista Léster Rodríguez Pérez, a las prácticas en la Colina asistía una
amplia variedad de jóvenes, algunos reclutados en el Liceo Ortodoxo,
estudiantes agrupados en la Federación Estudiantil Universitaria, miembros del
MNR, e incluso agentes del Servicio de Inteligencia Militar de Batista
infiltrados en las actividades.
Las acciones consistían en
ejercicios de defensa, manejo de armas, posiciones de tiro de fusil y
lanzamiento de granadas; esto sin poder disparar con municiones reales, describió
Rodríguez Pérez.
Su compañero Calixto
García Martínez expresó que para el camino a la liberación resultaba
imprescindible dotar a los involucrados de un conocimiento inicial dividido en
17 pruebas de resistencia, que todos completaron satisfactoriamente, a pesar de
los grandes esfuerzos que imponían.
La intención de estos
jóvenes no estaba definida a partir de su militancia a una determinada
organización; sino que partía de la voluntad de servir en la lucha, aun cuando
en aquella etapa temprana solo quedaba claro un único propósito: derrocar la
dictadura de Fulgencio Batista.
En 1962, el también
asaltante Pedro Miret Prieto confesó a la Revista Verde Olivo que resultaba
admirable ver cómo estos muchachos, mayormente campesinos y obreros, dedicaban
su tiempo y energías a completar los ejercicios selectivos que practicaban en
las azoteas de las facultades.
Al decir de la profesora
López Civeira, dentro del grupo de 150 jóvenes movilizados desde la región
occidental hacia el Moncada, la mayor parte no había terminado el nivel escolar
primario, lo cual era reflejo de las problemáticas en la sociedad cubana de ese
momento.
Sin embargo, 20 de ellos
estaban vinculados a la UH; ya fuera como alumnos, graduados o quienes
abandonaron los estudios. La relación no partía mayormente de una formación
profesional, pero esa masa joven iba a entrenarse en la Colina, aseguró.
Incluso el abogado
defensor de los asaltantes del Moncada en Santiago de Cuba, Baudilio
Castellanos, fue compañero de Fidel durante sus años como estudiante de Derecho
en la UH, argumentó la historiadora.
Estos jóvenes,
protagonistas del Moncada, abrieron el camino hacia un proceso revolucionario
que captaría la simpatía del pueblo y lograría las transformaciones necesarias
para dotar a Cuba de su soberanía.
Nos corresponde tratar de
mostrar de forma justa cuál era la realidad cubana a partir de la cual se
produce un proceso como este; algo solo posible desde el estudio constante de
la historia, subrayó López Civeira.
La Cuba de hoy se enfrenta
a un período difícil, pero debemos luchar por seguir viviendo en un país sin
analfabetismo, donde no existan espacios de racismo o explotación del
campesinado; problemas que el programa del Moncada previó y que la Revolución
Cubana luchó por erradicar desde el primer momento.
Ana Laura Fernández de Lara
amss/Tomado de la Agencia Cubana de Noticias
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