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El General de las cañas, un legado que inspira

Aquel 22 de enero de 1948 las cañas iban y venían desesperadas agitando las manos para avisarle a Jesús Menéndez la muerte, la espalda rota y los disparos. 
 
Foto tomada del perfil en X del Instituto de Información  comunicación social


Texto Rosa Pérez López 
 
Pero Jesús no las oyó o no quiso escucharlas, porque su vocación de redentor estaba más allá del peligro y de las balas. 
 
Ya se le sabía peregrino en el cañaveral amargo, misionero en la molienda escuálida, predicador en el tiempo muerto con el hambre y la miseria como únicos sobrevivientes de la madrugada. 
 
Llevaba como hábito Jesús una guayabera de azúcar impecable y su templo era el fragor de los plantones y la tristeza de todos los bateyes.
 
Andaba en todas partes, poniendo en fila las michas encallecidas y las manos afiladas… desgranando su palabra sobre la humedad salobre de las lágrimas que hacía mucho tiempo presagiaban la tragedia. 
 
Pero Jesús conocía la muerte de los redentores. 
 
Por eso no quiso escuchar cuando las cañas le avisaron de la muerte, la espalda rota y los disparos. 
 
Y quedó Jesús crucificado entre las balas, sereno en la espera de su total resurrección, porque Jesús Menéndez -que conocía la suerte de los redentores- supo que aquella noche de un 22 de enero la mañana comenzaba a anunciarse con un trino.

YVL

 

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