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El Castillo de los Tres Reyes del Morro/Internet |
Por: Rosa Pérez López
Hay un gigante a las puertas de La Habana que no surgió de la fantasÃa de ningún fabulador, sino del ingenio y la dedicación de quién sabe cuántos hombres empeñados en otorgarle a la Villa de San Cristóbal un vigÃa colosal, y al navegante un eficiente cicerone.
Cuentan que fue el 21 de junio de 1845 cuando culminó la construcción del majestuoso faro de ciento ocho pies de estatura que se alza en el Castillo de los Tres Reyes del Morro, para atisbar en la distancia la llegada de cualquier embarcación durante el dÃa y en la noche indicarle con su luz el derrotero por la angosta entrada de la bahÃa habanera, tan semejante a un cáliz... o quizás a
un útero.
Inseparable de la fisonomÃa de nuestra ciudad es ese faro al cual llamamos farola, tal vez para que su género coincidiera con el de La Habana... que por algo tiene nombre de mujer.
Recurrente imagen de la capital de todos los cubanos es ese faro -o farola- cuya altiva estampa ha sido reproducida en incontables fotografÃas, pinturas y postales, como si en tan breves espacios quisiera retenerse su grandeza. Y están además sus luminosos guiños, que exactamente cada quince segundos se extienden dieciocho millas más allá o más acá del mar... aunque en tierra firme no nos percatemos de ello.
No existe por tanto un habanero -ya sea de nacimiento o adopción- o un eventual visitante de cualquier latitud, que desde el Malecón no haya contemplado casi absorto esos destellos: nocturnos heraldos de la cercanÃa de nuestra pequeña gran ciudad y simbólico mensaje del inagotable fulgor que la asiste hasta en la oscuridad.
nyr
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