Foto: UCI |
Texto: Rosa Pérez López
En la
plenitud de mayo le retoñan a los campos cubanos unos seres casi
míticos, cómplices de la prisa en el empeño de
desvanecer la madrugada antes de tiempo, servidores de la fecundidad y sabios
gestores de la vida que se esconde en la simiente.
Están aquí,
mereciendo la primavera que les llegó de manera diferente hace sesenta y
cinco años, al saberse dueños por
primera vez de la tierra que labraban. Están aquí, adornando de sudor y reciedumbre el
lugar donde mayo los colocó en la historia cuando le llegaba su día
diecisiete.
Están aquí, como
imaginados por los pinceles de Víctor Manuel, Landaluce, Servando y
Mariano; están con sus tonadas, sus gallos, sus guitarras y su cosecha.
Están aquí, reconociéndose
el derecho a seguir procurando riquezas en cada palmo de terreno que les
pertenece.
Mayo
los trae en la memoria de Sabino Pupo y Niceto Pérez, y en la conquista agraria que
Fidel firmó en La Plata. Mayo los devuelve de un pasado injusto y los
pone a transitar hacia un mañana que no se deja conquistar muy fácilmente,
pero confía en la entrega y el
tesón del campesinado cubano.
Por eso
el 17 de mayo es un día para el compromiso y el recuento. El
compromiso con un futuro que sigue siendo una esperanza; el recuento de un
pasado de penurias que le hace advertencias a la desmemoria, porque olvidar sería un
descuido que no perdonaría jamás la historia.
Pero
están aquí los campesinos cubanos adueñándose
de mayo y reproduciendo en cada surco el provecho de la primavera conquistada
hace sesenta y cinco años. Aquí están con sus manos endurecidas del oficio
de merecer la patria con la ofrenda de su sudor, sus tonadas, sus gallos, sus
guitarras y su cosecha.
nyr
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