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Celia Sánchez fue una de las heroínas de la Revolución y combatiente en la Sierra Maestra. Foto: Archivo de Granma |
Texto: Rosa Pérez López
Nadie
imaginó aquel 9 de mayo de 1920, cuánto representaría para Cuba el nacimiento
de aquella niña manzanillera que sus padres llamaron Celia Esther de los
Desamparados, sin saber tampoco que nombrarla de ese modo era una premonición.
Porque
con los desposeídos de esta tierra decidió echar su suerte la muchacha que muy tempranamente sintió como
propio el infortunio de los otros. Por eso cuando escaló la más alta cumbre de
la patria para plantar allí un busto de José Martí, Celia estaba haciendo el
compromiso de rescatarlo de la afrenta, como hiciera también la generación que
se dispuso a vindicar la memoria del Apóstol asaltando cuarteles en el año de
su centenario.
Cómo
no ser entonces la valerosa combatiente clandestina que cerró filas en el
movimiento que en el llano lo arriesgaba todo por el triunfo de la causa
libertaria. Cómo no empinarse nuevamente al lomerío reclamando un lugar en el
combate, semejante a una espiga color verde olivo que se convirtiera a puro
coraje y ternura en la más autóctona flor de la Sierra. Cómo no ser tras la
victoria un símbolo viviente de la justeza de un proyecto social consagrado a
la redención de los desamparados: esos que con sólo invocar su nombre se
sentían asistidos por el infinito amor de una mujer que a tantos amparó y
dignificó.
A
ciento cuatro años de su nacimiento, hoy podemos reconocer a Celia Sánchez
Manduley en todas las cubanas que han sido depositarias del ejemplar legado de
quien tanto hiciera en favor de la justicia social, el bienestar de todos y la
belleza de cualquier entorno. Esa inolvidable y entrañable Celia que hizo bien
en nacer cuando era un 9 de mayo, para en estos tiempos tan difíciles alzar su
eterna presencia entre nosotros, cual si fuera una promesa que nos hiciera la
primavera.
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Celia Sánchez Manduley, sencillez, heroísmo y eficiencia revolucionaria
nyr
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