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Vivir y morir por la revolución

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                                             Foto: Tribuna de La Habana 


 Texto: Rosa Pérez López

Aquel 10 de enero de 1929 Julio Antonio Mella moría por la revolución,

con la misma entereza que por la revolución había vivido.

Apenas veintiséis años le bastaron para soñar, luchar, amar, forjar,

trascender; para erigirse sobre su incierto y convulso tiempo -y para

todos los tiempos- como un moderno Prometeo empeñado en

ofrendarle a Cuba el fuego de la independencia y la justicia social.

Julio Antonio semejante a un criollo semidiós haciendo de la Colina

Universitaria el Olimpo de sus proezas y darle vida a la Universidad

Popular José Martí, legarle al porvenir la Revista Alma Mater y edificar

la ya centenaria y siempre pujante Federación Estudiantil Universitaria.

Julio Antonio sobrepasando la legendaria escalinata para adentrarse

en los talleres y echar su suerte con el proletariado. Julio Antonio

desbordando los límites de su generación para unirse a la veteranía de

Carlos Baliño en la fundación del primer Partido Comunista de Cuba.

Julio Antonio perseguido, encarcelado, amenazado. Julio Antonio en

pertinaz huelga de hambre y aferrado a sus principios. Julio Antonio en

el exilio mexicano, donde lo alcanzaron la saña del dictador Machado

y las balas asesinas que quebrantaron su vida en los amantes brazos

de Tina Modotti.

Aquel 10 de enero de 1929 Julio Antonio Mella moría por la revolución,

con la misma entereza que por la revolución había vivido, para seguir

viviendo, hecho emblema, inspiración y ejemplo, en lo más avanzado

de la juventud cubana y en el alma de todo un pueblo.

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