Texto Ricardo R. Gómez Rodríguez
Foto: Internet
La indolencia no puede vencernos. Si la indiferencia gana espacio ante los más elementales rasgos humanos de solidaridad, cooperación y reciprocidad, sería un triunfo ventajoso para quienes quieren imponer reglas ajenas a la concordia, armonía, la paz y civilidad.
El adolescente llegó a su casa en puro nervio. Más que la amenaza que sufrió a pleno día por aquel adulto con ojos fuera de órbita que intentó arrebatarle un celular, el muchacho se sentía extrañado, anonadado, asustado e incrédulo ante la indiferencia del resto de los transeúntes.
En el céntrico parque que debe atravesar a diario para asistir a la escuela fue embestido por alguien que salió de la nada. El chico no lo esperaba, pero mucho menos comprendía la reacción de quienes pasaron a su lado y siendo testigos de la escena, optaron por apresurar el paso para no verse involucrados.
Si algo distinguió siempre al ser humano y muchísimo más a los cubanos, es la capacidad de ser intolerantes ante el abuso. La característica de saber ponernos en el pellejo ajeno, cuando peligra la vida de alguien.
Si algo nos enseñaron los ancestros, es la voluntad del desprendimiento, de enfrentar con valentía e intolerancia a quienes traten por la fuerza de doblegar al que creen más indefenso.
Sobreponer el bienestar común al individual y ser custodios celosos de la paz en las calles, son conquistas que nadie ni nada pueden arrebatarnos. Tampoco ninguna contingencia, llámese crisis o distorsión de valores de algunos que tratan de satisfacer necesidades, a partir del esfuerzo ajeno, anteponiéndose a las más elementales normas de conductas civilizadas.
Si ves la barba de tu vecino arder, aquel refrán que llama a poner las tuyas en remojo, es una alerta, una reflexión sencilla. Si toleras que traten de robar a alguien, de agredir a un menor o persona indefensa de forma violenta en plena calle, si permites que el caos se imponga y no eres capaz de reaccionar, involucrarte, alertar y hacer frente a los promotores del delito, entonces jamás esperes que alguien esté dispuesto a defenderte, si algún día, eres tú la víctima.
odh
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