Sin título

 



Texto: Rosa Pérez López

Hoy la patria tributa un merecido reconocimiento a quienes hacen
de su cotidiana labor el espejo donde se contempla el porvenir.
Esos hombres y mujeres llamados a dar ejemplares lecciones de
sabiduría y virtud a las nuevas generaciones de cubanos.


Porque eso ha de ser cada educador: la letra viva que suscriba la
grandeza del tiempo que le ha tocado vivir; un creador que modele
el intelecto y el carácter de sus educandos, con la delectación de un
artista y la consagración de un forjador.

Quién sabe cuándo se les revelaría a nuestros educadores su
vocación para fraguar futuros. Tal vez al impartir lecciones en un
aula imaginaria llena de muñecas. O al sentir un especial cariño por
quien les enseñó a hilvanar letra a letra la primera palabra. O al
adentrarse en lo más intrincado del país empuñando sueños y
faroles, para que dejara de ser una metáfora el acto de ofrendar a
otros la luz de la enseñanza.

Porque justamente el 22 de diciembre de 1961 y en la Plaza donde
se ha escrito tanta historia, Fidel proclamó ante el mundo el triunfo
de la Campaña de la Alfabetización: esa primera gran obra cultural
de la Revolución, que cimentó el trayecto hacia la plena libertad que
alcanza un pueblo cuando se hace cada vez más culto.

Suficientes razones hay para expresar este Día del Educador
nuestra admiración a quienes hasta en las más complejas y difíciles
circunstancias han asumido esa obra de infinito amor que es
enseñar. Esos hombres y mujeres que pactaron un compromiso de
gratitud con sus predecesores, y en pago han adoptado como
sentido de sus vidas ;el deber de contribuir a la educación de los
demás.
nyr

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