Foto: Tomada de Cubarte
La capital: su autenticidad en la barriada
Por su parte, Arsenio Rodríguez nos invita “Vamos a Los Sitios,
asere”, y diagnostica que “Pueblo Nuevo
se pasó”.
El Tosco nos remite a la infancia con el “Tin marín, San Agustín”.
Ricardo Díaz le canta a Redención, primer nombre de ese conglomerado
que hoy se llama Pogolotti, para honra de su fundador.
Luyanó, Los Sitios, Pueblo Nuevo,
San Agustín, Pogolotti... palabras amadas como pocas. Porque determinan
un rumbo, una impronta, una cultura.
Obligado paréntesis: siempre sospeché que el habanero no existía. La gente era
de Lawton o de La Ceiba. Se pelaba en la barbería
del barrio, y era el cuarto bate del equipo de pelota allí generado.
Esas sonoras palabras –los nombres de los barrios habaneros—por lo regular no
emanaban de las discusiones del cabildo, ni de las decisiones del ayuntamiento.
Fue el pueblo quien, por su soberanísima voluntad, por su libre albedrío, o por
su real gana, bautizó según se le antojaba. (¿No dicen desde la Antigüedad que “voz
del pueblo, voz de Dios”?).
Como en botica, hay de todo en la nomenclatura barriotera capitalina. Algunos
son, quién lo duda, nombres poéticos. He ahí La Lira, Barrio Azul,
La Floresta, Bellavista, Miraflores...
Pero otro resulta inquietante, como esa Víbora, en un país de inofensivos jubos
y majases.
Barriada hay con reminiscencia piratesca (El Vedado),
o que recuerda a cierto obispo cascarrabias (Almendares).
Un barrio convoca al corrientazo (El Eléctrico)
y otro a un mullido pichón (La
Pelusa). No falta el que nos ponga los pelos de punta por
cierta bronca en una fiesta memorable (El Guatao).
Algunas comarcas habaneras tienen vocación foránea: California,
Columbia, Casablanca, Buenos Aires. Otra, mueve a la aflicción y
a la congoja: La Solita.
Pero, cada vez que me asomo al mapa habanero, hay dos barrios que me hacen retorcer
de la risa: Pepe, el Hermoso y Vieja Linda.
Argelio Santiesteban
amss/Tomado de Cubarte
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