Por: Rosa Pérez López
Nunca quiso a su lado lágrimas la mujer que empinara sus hijos al
combate por la redención de esa madre suprema que es la Patria,
quizás por saber que su vientre generoso fue predestinada fragua de
una indómita casta de patriotas. O porque cuando Mariana Grajales
nació aquel 12 de julio de 1815 en Santiago de Cuba, la tierra debió
estremecerse para anunciar la llegada de una matriarca excepcional:
rediviva patrona de cubanos insurgentes, que en vez de auspiciar la
salvación de tres hombres a la deriva en un pequeño bote, le hizo a
Cuba la promesa de salvarla del naufragio colonial, pariendo a los
Maceo.
Y Mariana, al amamantar leones, les inoculó el instinto de amar la
libertad y también la fuerza necesaria para conquistarla. Esa Mariana
reproducida después en tantas heroicas paridoras de héroes: la que a
la distancia de un mes vio caer a Josué y a Frank en las calles
santiagueras; la que en un mismo día de agosto perdió a Sergio y a
Luís en tierra pinareña; las que ahora encaran cotidianamente cada
nuevo desafío de estos difíciles tiempos, con la entereza de la valiente
mambisa, de la inmortal matriarca, de la mujer que más conmoviera el
alma del Apóstol José Martí.
Esa omnipresente y renovada patriota, Madre de todos los cubanos,
que tiene aún el coraje, la moral y la ejemplar voz de mando que nos
conminan a seguir empinándonos a diario hacia las nuevas
contiendas que nos demanda el presente, como si cada día Mariana
Grajales le volviera a nacer a nuestra Patria.
nyr
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