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El alma de Cuba en la música de Eliseo Grenet

 

Eliseo Grenet. Foto: Archivo de Granma


En la avenida 41, a la altura de la vía que conduce al cabaret Tropicana, se advierte un busto sobre el cual se perciben las huellas de la erosión, y recuerda a un hombre que no debemos olvidar. La inscripción que calza la modesta escultura reza: “A Eliseo Grenet, que encarnó como músico el alma de Cuba y la difundió por el mundo”.
 
Una sola obra bastaría para justificar el aserto. Al lado de El manisero, de Moisés Simons; Lágrimas negras, de Miguel Matamoros; y Échale salsita, de Ignacio Piñeiro, páginas que desde el segundo cuarto del siglo pasado navegan como símbolos de la cubanía por la geografía planetaria con propulsión propia, al punto de que necesariamente no se hacen acompañar por la identificación de sus autores. ¡Ay, Mamá Inés! dondequiera que se escuche, revela el cordón umbilical que la une a nuestro archipiélago.
 
Sin embargo, ese es apenas un botón de muestra de la pródiga paleta creativa del compositor nacido en La Habana, el 12 de junio de 1893. ¡Ay, Mamá Inés! comenzó su andadura en 1927, nada menos que en la voz de Rita Montaner, protagonista del estreno de la zarzuela Niña Rita, escrita a cuatro manos por Eliseo y el inmenso Ernesto Lecuona.
 
El mayor de los hermanos Grenet –hay que contar también a Emilio y a Ernesto entre los más significativos compositores cubanos de la pasada centuria– estudió piano y, aún adolescente, podía vérsele en los cines capitalinos poniéndoles música a las películas silentes. Del piano a la dirección orquestal medió un breve plazo, puesto que Arquímedes Pous le confió la guía de los instrumentistas de su compañía de teatro vernáculo en 1911. De la etapa con la tropa de Pous data otra de sus partituras más difundidas, Pobre Papá Montero.
 
Luego de ser fichado por Lecuona para asumir la dirección musical de la Compañía de Revistas Cubanas en 1927, compartió con el autor de La comparsa varios de los títulos que animaron la escena habanera. El investigador Ramón Fajardo llamó la atención sobre cómo la colaboración de ambos creadores no se limitó a la aclamada Niña Rita, y comprendió Cuadros nacionales, ¡Chofer, al Regina! y Fantasía de colores.
 
Otro notable aporte suyo se tiene en la musicalización de los versos de Nicolás Guillén del cuaderno Motivos de son. Llegó al revelador poemario por sugerencia de su hermano Emilio, que había sentido antes las potencialidades rítmicas de la creación guilleniana, como lo prueban las versiones de Vito Manué y Tú no sabe inglé. Eliseo musicalizó Negro bembón y, definitivamente seducido por la renovadora poética del joven bardo, sumó a su catálogo Sóngoro cosongo, tras su publicación en 1931.
 
A Eliseo Grenet se deben obras emblemáticas en el género danzonero como Si me pides el pescado, Si muero en la carretera y La mora, y canciones de depurado lirismo como Las perlas de tu boca y la exigente Tabaco verde.
 
Fue uno de los protagonistas del primer boom de la música cubana en el París de los años 30 –había salido de la Isla a raíz de la interdicción de Lamento cubano por la tiranía machadista, que amenazó con liquidarlo físicamente– y ganó fama en América Latina por sus composiciones y desempeños orquestales.
 
Antes de morir, en 1950, sus inquietudes lo llevaron a recrear la singularidad de los sones cultivados en la entonces Isla de Pinos. La popularización de sucu-suco Felipe Blanco («ya los majases no tienen cueva…») consagró esta especie en el imaginario sonoro de la nación.
 
 
amss/Tomado de Granma

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