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Día de los padres: Regalo compartido

Este día quisiera tener a mi padre a mi lado; que me pidiera le llevara a reparar el aparato del oído que desarmaba a su antojo, que le pusiera una pata nueva a los espejuelos. Quisiera verlo sentado frente a la calle Porvenir esperándome aparecer por la esquina de Kessel y pasarle las manos por su pelo juguetón de las brisas

 

Foto: Presidencia de Cuba.

Nunca imaginé que me confesara algo semejante. Tampoco creí que un padre pudiera decir algo así a un hijo, en este caso era una hija… Pero sucedió. El que era el guía de la familia, que dominaba el mundo del azúcar, quien sin levantarnos jamás ni un dedo siempre fue el ejemplo de disciplina, que solo me llamaba por mis dos nombres cuando hacía algo indebido y permitía que -aún sin saber leer- ojeara los periódicos y con la mayor calma indicaba: “Déjalos como los encontraste”

Un día me sorprendió. Ya era una mujer adulta, con varios años de trabajo en mi profesión, hablábamos de mi adolescencia y del día que con 15 años partí de mi pueblo hacia La Habana para estudiar en el preuniversitario, becada. Le confesé que a veces creí que mi mamá no me extrañaba tanto como yo a ella. Me tomó las dos manos y susurró: “Si hubiera llevado al buzón la carta que tu mamá te escribió cuando partiste, hoy no serías periodista… Yo la rompí. ¡Mira si tu mamá te quería!”

Aún no sé, ni sabré su contenido. Aquel hombre machista -como marcó su época- fue; sin embargo, muy adelantado al decirme: “Vas para la capital y no regreses. Todos los adelantos llegan allá primero y luego a las provincias”, y citó este ejemplo: “Si aparece una guagua moderna se queda en la capital… y al interior envían las de uso”.

Cuando íbamos de visita a ver a los abuelos pedía ver la ropa que vestiría pues según él las mujeres debían usar vestidos o sayas, los pantalones eran para los hombres. Sin propagarlo estaba enseñándome a ser una mujer femenina en todo el sentido de la palabra. Lo curioso es que veía mi futuro como médico y él sin darse cuenta estaba marcando otro rumbo: En las cartas facturaba recortes de periódicos con informaciones o reportajes que, consideraba, debía leer. ¡Qué cosas tiene la vida! Desde Cueto a La Habana enviaba la simiente de una futura periodista.

Este día, como millones a sus padres, quisiera tenerlo a mi lado; que me pidiera le llevara a reparar el aparato del oído que desarmaba a su antojo, que le pusiera una pata nueva a los espejuelos. Quisiera verlo sentado frente a la calle Porvenir esperándome aparecer por la esquina de Kessel y pasarle las manos por su pelo juguetón de las brisas.

Quisiera que leyera mis trabajos en este periódico al cual le debo una segunda vida, que me amonestara cuando encontrara una muletilla en mi vocabulario, que riera cuando decía: “Tu mamá no sabe dónde deja el dinero”.

Entonces había que entregar una carta formulario para autorizar el permiso en la dirección del plantel. Él hizo dos: una a nombre de mi tío con la solicitud restrictiva que lo acreditaba como responsable. La otra quedaba abierta con la decisión paterna de ponerla bajo mi responsabilidad. “Tú decides cuál entregar”, dijo sonriente.

Sé que me autorizó porque sencillamente confiaba en mí.

Desde entonces, cuando alguna de mis amistades comenta ante una situación que me ha golpeado: “Tú te levantas porque eres muy fuerte”. En silencio me digo: Gracias papá, por la visión que tuviste para mi futuro de mujer.

 

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