Texto y foto: Ricardo R. Gómez
Rodríguez
Al pan, pan y al vino, vino;
solía decir mi abuela cuando se refería a llamar las cosas por su nombre. Y
precisamente a la tan llevada y traída historia de nunca acabar de la calidad y oferta de pan normado, quiero
referirme hoy.
Conocidos son los esfuerzos del Estado para adquirir harina,
levaduras, aceites y otros insumos, en medio de este cerco económico y la
crisis mundial. Pero hay quienes se
aprovechan de las materias primas que son subsidiadas para lucrar, timar al
consumidor y enriquecer sus bolsillos.
Un joven delegado del Poder
Popular recientemente pesó varios de los panes
que ofertan en su zona de residencia en el municipio capitalino La Lisa y
demostró que todos estaban bajo peso.
Eso mismo ocurrió este miércoles
en la panera ubicada en calle 23, entre H e I, del Vedado; donde la propia
empresa encargada de regir este sector, devolvió a la panadería de J y 15 el
producto que llevaron en horas de la mañana porque no tenía el gramaje establecido. Claro, allí los
más perjudicados fueron los clientes, que se vieron impedidos de recibir el
alimento en la mañana y se les vendió por la tarde.
Hay personas mayores que
dependen de ese pancito para su desayuno, incluso conozco a muchos que en las
noches evitan comer demasiado y solo ingieren el pan con algo más.
Puse par de ejemplos, y puedo
abundar con otros, como las multas que impusieron inspectores hace pocas
semanas a administradores de panaderías de Pinar del Río porque tenían
escondidos pomos de aceite con el fin de sustraerlos. Aceite que deja de echársele al pan.
Sí, porque los avatares en relación con este producto no son solo en La Habana.
Este reportero criticó en redes sociales hace par de años la extremadamente
mala calidad del renglón que elaboraban en la capital de la provincia Santi
Spíritus; algo que quizás incomodó a las entonces autoridades gubernamentales
del territorio, las mismas autoridades que pocos días después tuvieron que
retirar de las panaderías una harina que no estaba apta para el consumo humano.
Esta semana, al acercarme al
administrador de una de esas unidades en La Habana, me expuso que el bajo peso es porque si dejan que las
bolitas crezcan en el horno, se ponen ácidas debido a la mala calidad de la
levadura.
Manifesté inconformidad con esa
explicación; porque díganme ustedes, ¿de dónde salen los pancitos que venden
revendedores en las calles a precios exagerados, como a 200 o 180 pesos la
bolsa de menos de 10 panes?, ¿de dónde salen los que se expenden en cualquiera
de las cafeterías particulares de nuestros barrios?
Sabemos que hay trabajadores por
cuenta propia, quienes adquieren materias primas y elaboran surtidos de muy
alta calidad; pero para el paladar de los cubanos es muy fácil distinguir cuál
es alimento que hacen en esos lugares y cuál es el de las panaderías estatales.
Hay algunas de estas últimas que
son ejemplo y entienden la misión social que cumplen; pero realmente, y muy a
nuestro pesar, son las mínimas.
Otro tema es el horario de apertura de los puntos de venta. Pueden abrir a
cualquier hora por la falta del producto; pero en lo que sí son muy puntuales, es en el cerrar a la hora
establecida.
Al pan, pan. A ese que necesitan
los niños para ir desayunados a la escuela; a ese que es racionado, pero que el
Gobierno garantiza a precio subsidiado, deben ponerle más amor y empeño en su
elaboración, las mujeres y hombres que sacrifican la madrugada para que el
inconfundible aroma del horneado inunde las mañanas en nuestros barrios.
amss
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