Hernan NormanRetrato de Martí, 1891Óleo sobre tela 56 x 46,1 cm Colección Casa Natal de José Martí
Rosa Pérez López
Ya estaba José Martí todos los días en
peligro de dar la vida por su país, tal
como dijera a Manuel Mercado en una carta inconclusa, y a la vez tan
concluyente, donde alerta sobre las apetencias imperiales que se cernían desde entonces sobre la América
nuestra.
Cuanto había hecho
hasta entonces tenía el propósito de impedir, con la libertad de Cuba, que Estados Unidos cayera “con esa fuerza más” sobre los pueblos del continente. Y a ese empeño hubiera seguido dedicando sus energías, su
voluntad y su inteligencia, si aquel 19 de mayo de 1895 la inmortalidad no lo
hubiera reclamado para siempre en el cruce de Dos Ríos.
Debió ese día atender las instrucciones del Generalísimo Máximo Gómez, que lo había
conminado a permanecer en el campamento, porque era Martí –el alma de la revolución- quien debía
sobrevivir a todos los embates de la guerra. Debió pensar
que aquella carta de María Mantilla
no sería sino en su corazón, el infalible
escudo que lo protegiera de las balas. Pero para el hombre que había presagiado su propia muerte de cara al sol, ya era hora.
Por eso se adelantó a la
mambisada en el combate, hasta recibir los disparos que no solamente lo
derribaron de su cabalgadura, sino transformaron el curso de la historia
nacional, porque ya estaba el Apóstol todos
los días en peligro de dar la vida por su país, sin presentir siquiera que hoy sigue ofrendándonos su radioso e inspirador ejemplo de patriotismo y virtud.
nyr
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