Foto: Tomada de Cubadebate
Rosa Pérez López
Cuando el 11 de mayo de 1873 caía en los potreros de
Jimaguayú un hombre hecho de palma, Amalia Simoni perdía para siempre a su
amado Ignacio Agramonte y la Patria
insurrecta se quedaba sin El Mayor.
Dicen que el enemigo ultrajó el cuerpo sin vida del
valiente general mambí; que no bastó al odio y a la cobardía de sus verdugos el
balazo mortal en la sien. Dicen que golpearon, hasta lacerarla, la carne inerte
con un látigo: el mismo látigo esclavista contra el que tanto el sublime
patriota había luchado.
Dicen que no hubo honores militares, ni himnos, ni
banderas cuando lanzaron al fuego aquel cadáver que irradiaba virtud y luz de
aurora. Y que esparcieron sus cenizas sobre las llanuras de El Camagüey para
que nadie pudiera verle, ni recordarle el rostro, el nombre y el ejemplo.
Dicen que las tropas al mando de Ignacio Agramonte prefirieron considerarlo incólume a las balas y a
la muerte. Hicieron bien esos mambises al no contar jamás con la posibilidad de
la caída de su Mayor General en
aquel postrer combate, porque nuestra historia sigue demostrando que a la distancia
de 150 años El Bayardo resucita.
amss
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