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Foto: Endrys Correa Vaillant
Evocar a Martí,
en cualquiera de las formas en que los cubanos hemos aprendido a hacerlo, es un
delicado y respetuoso ejercicio de conciencia, pensamiento y amor. Es transitar
una aleccionadora ruta de principios.
Martí se nos presenta
siempre como ese buen árbol cuya sombra inspira y energiza el alma cuando el camino
plantea retos que amenazan con disminuir las fuerzas, si no se tienen claras las
convicciones y los propósitos que impulsan
el andar.
El Apóstol
vuelve siempre, y para reencontrarlo no hace falta como pretexto un mayo o un enero.
Su presencia se nos ha vuelto necesaria y mucho más imprescindible y cierta, como
la de aquel gigante visionario y sereno que ahora lo acompaña desde la inmensidad
de lo eterno.
Dos Ríos no apagó la llama, la diseminó. De aquel
pecho partido por las balas brotó a raudales el sueño libertario, y cada gota de
sangre que surcó el viento fue semilla de esperanza, latente en el suelo de esta
tierra hasta que en su centenario germinaron todas, en avalancha indetenible de
juventud.
A Martí
se acude con el optimismo de quien busca a un padre y sabe que en su consejo encontrará
las verdades que necesita para hacer frente a los escollos de la vida. A Martí se acude con la mente dispuesta, con
el alma abierta, con la vista al futuro, porque la vuelta atrás jamás será el camino,
como nunca lo fue para él.
En tiempos de amenazas que no cesan, de ataques
disfrazados y al desnudo, de ocultamiento y distorsión de las verdades, los que
aman y fundan se reconocen como el Apóstol,
todos los días en peligro de dar la vida por su país y su deber.
Por eso Martí
es empeño, fuerza y esperanza, voluntad constante de hacer, argumento irrefutable
para defender nuestra historia, nuestras decisiones soberanas, nuestra independencia
y nuestra paz.
En estas fechas vuelve el niño de la calle Paula
a ser maestro, desde la ejemplaridad de su legado, la profundidad de su ideal, el
realismo y la sensibilidad de sus textos, el carácter visionario de un pensamiento
que se renueva con el tiempo y enriquece las experiencias y los aprendizajes de
cada día en Revolución.
En mayo cambiamos el duelo por el respeto eterno,
y nos negamos al llanto, porque vale más el recuerdo que palpita en el privilegio
de haber tenido a Martí, de tenerlo.
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