Texto y fotos: Ricardo R. Gómez
Rodríguez
El pueblo cubano, más allá de disyuntivas y barreras, encontró siempre
soluciones a sus escoyos y salió adelante.
Quizás la principal virtud, la
mayor fortaleza, es la dignidad, que por encima de cualquier valor, reúne
jirones para vestir de energías el camino; edifica fortines empleando reliquias
de las trincheras de combate.
La dignidad. Con ella en ristre
suena una y otra vez la clarinada, y ésta es motivo para desatar cuerdas y
mirar al horizonte, serenos y confiados.
Pueden empinarse montañas, si
hay pujanza y voluntad para coronar sus crespas.
Al decir de Martí, la dignidad es como la esponja, se la oprime; pero conserva
siempre su fuerza de tensión.
Todo nace del ejemplo. De aquel
que nos dieron padres y abuelos que vimos levantarse muy temprano a buscar el
sustento de la familia, que podía ser también sostén del barrio; porque un
caldo bien compartido, calma y fortalece a muchos.
O de aquellos que nunca supimos a qué hora de la madrugada salieron a blandir machetes en los cañaverales; o a usar de coraza el pecho ante las balas, para que nunca llegara la metralla a nosotros.
Dignos son los hijos que paren
flores de su cuerpo y engalanan el destino, aunque les cueste sangre y sudor,
aunque cueste la vida.
Con el alba surgen retos, y el
de hoy mira a la creación de un Parlamento
de variados colores, sexos, matices, edades… Todos haciendo obra para buscar consensos y dictar leyes que custodien y
edifiquen la casa común.
Tener derecho al voto y saberlo usar, en las Elecciones Nacionales del venidero 26 de marzo, es muestra del interés y conciencia de que solo la capacidad, constancia y entrega del pueblo unido, hará que lleguen mejores días.
Siempre ponderando esa valía que
distingue al cubano, porque, como también dijera el Apóstol, la dignidad no concibe una libertad plena
si no viene acompañada por ese valor.
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