Ha sido un año proporcionado en cuanto a la actividad teatral se refiere luego
del recio período pandémico. Como cada año, haré el resumen de lo que considero más celebrable; pero ahora
quiero poner atención hacia un aspecto que considero relevante para el desarrollo
de nuestras artes escénicas. De las más de treinta puestas en escena que he visto
en este año que termina, ninguna incorpora la digitalización como recurso enunciativo
dentro de la escritura escénica. No obstante, tuvimos algunos montajes con propiedades
teatrales sobresalientes en el orden convencional. De las 35 puestas a las que asistí: 25 de La Habana y 10 de provincias, en ninguna
de ellas hubo empleo de tecnologías digitales definitorias de la dramaturgia global. Nuestro suceder escénico tiene una visualidad que no
dista mucho de aquella de hace más o menos medio siglo atrás en cuanto a concepción
de los sistemas significantes que se traduce en diseño de luces, escenografía, vestuario,
uso de audiovisuales, concepciones espaciales y temporales, etc. El entorno digital nos signa bio-sicosocialmente, y
nuestro teatro se mantiene algo distante de ese fenómeno de la cultura. Me he referido
en varias ocasiones al programa de mano y su importancia en la concepción de un
espectáculo. De las puestas en escena que vi, solo tres sustituyeron el programa
de papel por la captura a través del código QR. Sin embargo, sin distinción de grupos etarios, disfrutamos
de las bondades del universo digital al menos a través de los teléfonos celulares.
Pero nuestros productores teatrales obvian ese universo y seguimos con papelitos
de dudosa estética en su mayoría. Si tuviera en cuenta el uso innovador, creativo de las tecnologías de información
y comunicación en las más de 30 puestas en escena,evaluaría de
básico el trabajo teatral en este año que termina. Si nuestro teatro tuviera más en cuenta el entorno
digital, participaría más, fuera más presente, y la transformación social y cultural
sería más efectiva; y esto solo con integrarse crítica y reflexivamente entre los
lenguajes digitales con la incorporación de códigos nuevos en su expresión enunciativa. Consideramos teóricamente modos comunicacionales en
consonancia con el tecnovivio interactivo nominado por Jorge
Dubatti. Pues desde la academia y la gestión
cultural, empecemos a incentivar nuestra actual escritura escénica para que arranque
con bríos a incorporar en su latencia la intermediación tecnológica. Así lo requieren
los tiempos. Desde los griegos, donde el uso de las máquinas solo
era una ocasional muleta dramatúrgica, el teatro, como “cultura viviente”, nos convoca
a un sustantivo convivio, sin injerencias
tecnológicas invasivas. Ahora, en el teatro mediado, lo viviente puede esfumarse;
y aparece un acontecimiento que sucede intervenido por un espacio y un tiempo organizado
de manera tal que la experiencia de la recepción está sujeta al empleo tecnológico. Hay que ir pensando en formas teatrales dentro del
marco de la cibercultura. Si el teatro actual ha vencido la fuerza del texto literario,
ahora debe, con nuevas acciones performativas, incorporar al texto digital; y esto
aportará un tiempo y un espacio cónsono con lo vivencial tecnológico. Reinventando estrategias estéticas, formales, de contenidos,
el teatro podrá convocar e interpelar al quehacer escénico entre nosotros dentro
del mundo de los bits. Pensemos nuevas teatralidades dentro del marco de la cibercultura como formación
social donde la oficiosidad digital es definitoria. Llegará el teatro hiperenlazado, el teatro amplificado,
la escritura escénica con instancias enunciadoras que registren el ambiente digital
propio de lo que se ha dado en llamar el tecnovivio
como forma cotidiana de socializar: chatear, enviar mensaje por WhatsApp, usar Skype,
juegos en red, etc. Sí, es muy reconfortante el convencional convivo teatral,
pero no mirar lo que se nos avecina es despreocuparse. Sí, el tecnovivio carece
de lo germinativo del diálogo poro a poro, propio del convivio. Pero no estamos en una encrucijada: teatro digital,
desterritorializado versus teatro cohabitado,
vivo. Setrata de participar consecuentemente
en la cibercultura e incidir de manera creativa en ella. Sé que no faltan quienes recurren ante este ambiente
tecnológico a la eternal y terrenal carencia presupuestaria. (Me revolotea una pregunta:
¿Qué sería de nuestro teatro sin la incondicional subvención estatal?) No admito lamentos presupuestarios como espectador.
Como espectador inteligente, atento, exigente, sé que hay una cosa que podrá superar
cualquier carencia presupuestaria: la invención teatral sustentada por una arriesgada
propuesta estética; y para ello solo se precisa no acomodarse en esquemas probados
en el mejor de los casos; es preciso más empuje y decisión para lograr, en nuestras
condiciones, muchas veces excepcionales, la debida intermediación tecnológica. No es sacrílego ni delirante pensar, dadas las condiciones
actuales del sostenido desarrollo ciberescénico, que el teatro pueda existir sin
estar sucediendo. La teatralidad es un adjetivo que ya debe tener en
cuenta no solo el convencional estado aurático del teatro como coexistencia carnal,
sino también la poética liminal donde la extrapolación de textualidades virtuales
nos posesiona para una recepción ligada a la tecnología. Roberto Pérez León amss/Tomado de Cubarte
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