Vivir la música

Euterpe, musa de la música. Foto: Museo Nacional del Prado

Entre los sentidos humanos quizá es el oído el más sensible ante la belleza verdadera. La visión está influida por estereotipos y construcciones sociales que muchas veces no nos dejan apreciar todo lo hermoso del arte, de la gente, o del universo; mientras, el sonido entra a nosotros y, sin pensarlo demasiado, nos eriza la piel. Así nos podemos sorprender al emocionarnos con el canto de un ave, el ir y venir de las olas, la lluvia, la voz de un ser amado…


Aunque es solamente nuestro cerebro percibiendo ondas acústicas, algunas veces podemos descubrirnos con los ojos húmedos de sal, al escuchar algo que quedó grabado en lo más profundo de nuestro subconsciente, en un momento pasado que ya no recordamos. No es de extrañar, entonces, que los griegos atribuyeran a la titánide Mnemósine, la memoria, la maternidad de Euterpe, musa de la música, y de sus ocho hermanas.


Dícese de Euterpe que prefería la flauta, aunque les eran familiares todos los instrumentos, al menos todos los conocidos en la Grecia antigua. Podríamos imaginarla, sin esfuerzo, de este lado del Atlántico, en una isla del Caribe, tocando el tres o los tambores batá. Se conserva, con los siglos, joven y hermosa; pues a la música no le caen los años y, de hacerlo, lo hacen como a los buenos vinos.


Melodía, armonía, ritmo… ninguno nos es ajeno, aunque no seamos entendidos del tema.


Tarareamos, marcamos suavemente con los pies o movemos la cabeza al escuchar alguna pieza de nuestra preferencia. Por supuesto, no toda la música le puede gustar a todo el mundo; cada quien tiene su lista personal, siempre en construcción. La música se expresa de infinitas maneras, se reinventa cuantas veces sea necesario hasta que logra enamorar al más exigente o intransigente auditorio.


Euterpe regala sus placeres a aquellos que logran entenderla en su esplendor; tanto a los músicos como a los simples mortales que quedamos hipnotizados con su belleza incorpórea, fascinante, a la vez que incomprensible.


Puede parecer absurdo que exista una fecha con el rimbombante nombre de Día Internacional de la Música. ¿Para qué, si no hay un segundo del día en que no suene alguna canción en miles de sitios en el mundo? Pero sí, está bien puesto el nombre para el 1ro. de octubre. Es bueno tener un día para agradecer por la música.

Aunque siempre está presente en nuestras vidas, muchas veces no le prestamos atención. Asumimos que ahí ha estado y estará, lo mismo al alcance de un disco, de un botón o de un clic. En el ajetreado y agotador ritmo de la vida moderna olvidamos hacer una pausa para disfrutar de las cosas simples, como una pequeña melodía.

La invitación en este día es a tener los oídos bien abiertos y captar la música a nuestro alrededor. Tomemos un segundo para apreciar la banda sonora de nuestras vidas y seamos felices por tener la dicha de nutrir nuestros oídos con el fruto sagrado de las musas.

amss/Tomado de Granma


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