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Las botas puestas


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Por Ricardo R. Gómez Rodríguez

Valentín es un guajiro noble. Debe tener casi 70 años, pero como es de los que está curtido por el trabajo, no los aparenta. Aún labora como custodio en una agencia artística en La Habana. Es el único que me ayuda a limpiar, podar y regar el jardín común.
Ahora está preocupado. Fue a ver a su familia en el municipio de San Juan y Martínez, de Pinar del Río, y lo que vio lo dejó completamente desconcertado.
- No es primera vez que tropezamos con un ciclón -me dijo- pero este huracán es de los peores. Se llevó la mitad de madera de la casa de uno de mis hermanos. No perdieron otras cosas porque las habían guardado en la parte de adelante que es de mampostería.
Los que allí viven fueron previsores, antes del paso de “Ian” habían refugiado los sacos de comida en el bohío vara en tierra que construyó el abuelo. Una choza que cubre un hueco y tiene el techo pegado al suelo, es el mayor amparo que les enseñó la vida a los guajiros cubanos para tiempos malos.
Lo más difícil de rescatar son las casas de tabaco. Hoy se empeñan en eso tanto en San Juan y Martínez, como en otros municipios pinareños. Por suerte, la mayoría acababan de vender una buena cosecha de la hoja.
Pronto Valentín regresa a su terruño natal: Pinar del Río. Quiere pasarse una semana ayudando a los hermanos.
Lástima, este viejo no es hombre de fotos… a mí me da hasta pena pedir que se la haga. Es alto, tez y pelo blancos, manos ásperas y un carácter jovial. Nunca lo he visto ponerse bravo.
Me pone su mano áspera en el hombro y comenta: - Mira que la gente habla cáscara… allá está todo el mundo “fajao”, resolviendo sus problemas. Pero en los sitios, comunidades y en los barrios, están junto con el pueblo los jefes principales y los viceministros… ellos no andan de figurines, tienen las botas puestas.
nyr

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