Texto :Rosa Pérez López/ Foto: Granma
Hace ciento
cincuenta y cuatro años el pueblo cubano tomó el camino hacia la independencia.
El gesto precursor de la ansiada soberanía fue la emancipación en Yara de una
dotación de esclavos, como símbolo revelador de un futuro sin cadenas para
Cuba.
Fue Carlos Manuel
de Céspedes el iniciador de la contienda, y en un acto de sublime entrega a la
causa revolucionaria puso a cabalgar sus ideas abandonando hacienda y riquezas,
para lanzarse a la manigua con un puñado de hombres: los suficientes para
conquistar la libertad de la Patria.
Era el 10 de
octubre de 1868, y durante un decenio la mambisada escribió gloriosas epopeyas
a filo de machetes y a lomos de sus sueños. Pero sobrevino la capitulación del
Zanjón, y más tarde la cívica protesta de Antonio Maceo, y luego diecisiete
años de aparente reposo, en los que los afanes independentistas de José Martí
organizaban la patriótica contienda que diera continuidad a la revolución
iniciada en un ingenio.
Sin embargo otra
vez -y a causa de la intervención norteamericana- se epilogaba la guerra
necesaria comenzada en 1895, y se entorpecía nuevamente la marcha de los
cubanos hacia su definitiva independencia.
Pero hubo un julio
de asaltos a cuarteles y un enero de justicia vencedora, cuando una mambisada
verde olivo cumplía al fin -y para siempre- la promesa de libertad que un grupo
de cubanos le hiciera a la Patria por vez primera en La Demajagua.
Cumplidas las
promesas libertarias, han sido otros los empeños de las generaciones que
sucesivamente han llevado sobre sus hombros y su frente un justo y humano
proyecto social que sigue siendo un ejemplo inspirador para los pobres de la
Tierra, en un mundo cada vez más sometido a los afanes hegemónicos de quienes
pretenden erosionar la identidad y pisotear la dignidad de las naciones.
nyr
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