El Che entre nosotros

 

Foto: Tomada del sitio web de Cubaperiodistas

Por: Rosa Pérez López

Cuba se sabe de memoria su descolorido, roto, agujereado traje de campaña

y su rostro de barbas que clarean, retenido para siempre en la inmortalidad

de su juventud tronchada por las balas. Su rostro multiplicado después en

afiches, pulóvers, monedas y tatuajes, como no sé si le hubiera gustado

estar al Che en estos difíciles momentos.

Ya los cubanos habíamos aprendido a admirar su entrecortada respiración

asmática, sumergida ejemplar y voluntariamente en puertos, cañaverales,

hilanderías y minas; y su estampa de ministro de botas polvorientas de tanto

trasegar por el futuro a pie de obra. Pero el Che acrecentó aún más entre

nosotros su estatura colosal, cuando decidió romper todos los vínculos

legales que lo ataban a Cuba, excepto esos lazos de otra especie,

imposibles de romper como los nombramientos.

Andaba ya por otras tierras del mundo, pero aquí se había quedado la

querida presencia del Comandante Guevara, para que el Che comenzara a

formar parte del imaginario popular de los cubanos. Y mucho más desde un

nefasto mes de octubre, cuando tuvimos la amarga certeza de no volver a

tenerlo nunca más físicamente entre nosotros.

Surgió a partir de entonces una legión de Ernestos, porque su nombre se

multiplicó en la certificación de nacimiento de miles de cubanos, y las tres

inmensas letras de nuestro más entrañable modo de nombrarlo se repitió

cada día en las voces de los niños que llevaban anudada al cuello la

promesa de parecerse a él.

Estuvo el Che desde ese instante habitando las paredes de quién sabe

cuántos hogares cubanos, compartiendo el espacio con la imagen del

Sagrado Corazón de Jesús y el altar de los orishas; escuchando plegarias,

patakíes y consignas; auspiciando las esperanzas y la fe de los devotos de

un mejor porvenir para Cuba y los cubanos. Así se convirtió en leyenda

tangible y presencial, primero acortando la distancia entre su natal Rosario y

la proeza libertaria en Santa Clara, y después acercando a despecho de los

mapas la Quebrada del Yuro y el Turquino.

¿Dónde comienza, Che, tu nombre?, indagaría un poeta, aunque ya

sabíamos que su nombre comienza en el alma del cubano de a diario y de a

pie. Ese cubano que al doblar una esquina o un periódico sabe que aún el

Che nos sigue haciendo mucha falta. Por eso lo evocamos e invocamos cual

alentador y sólido asidero de tantas convicciones y principios que

seguiremos asumiendo diariamente y hasta la victoria siempre.

nyr

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