Foto: Tomada de La Jiribilla
por el periódico Granma |
Cuando el rigor y la constancia cuentan con el impulso de la pasión, la creación suele alcanzar altísimas cotas, como las conquistadas y generosamente compartidas por Radamés Giro Almenares, músico, investigador y editor fallecido en La Habana, en la noche del pasado sábado, a los 82 años de edad.
Si tan solo fuera por una obra suya descomunal, el Diccionario enciclopédico de la música en Cuba, habría que inscribir con letras de oro su nombre en los anales de la cultura nacional.
Las más de mil páginas, agrupadas en cuatro tomos, constituyeron una hazaña intelectual a la que el autor dedicó cuatro décadas de su existencia.
No hay compositor, intérprete, institución o acontecimiento sonoro que haya dejado una huella en la historia de la música insular hasta los primeros compases del siglo XXI que no esté presente. A todos y cada uno, Radamés dedicó una ficha inicial como punto de partida y brújula orientadora para profesores, alumnos, aficionados y gente interesada por ir más allá del quién es quién en la trama espiritual de nuestra identidad cultural.
El origen y destino de Radamés no podía ser otro que la música. Santiaguero, nacido en el seno de una familia de músicos populares, fue testigo de trovadas, ensayos de orquestas y descargas; abocado a descifrar desde la niñez los misterios de la guitarra, asimiló tempranamente la base sobre la cual empinaría su extraordinaria labor intelectual.
Luego de participar en la Campaña de Alfabetización y formar parte de la primera hornada de instructores de arte, curiosamente en la especialidad de teatro, asumió la Subdirección de Música de la Escuela Nacional de Arte de Cubanacán. Allí tuvo dos encuentros providenciales: con la inolvidable maestra Alicia Perea, directora; y el profesor José María Bidot Pérez de Alejo, quien le inculcó la disciplina del arte y la ciencia de la documentación.
La impronta de Radamés se hizo sentir a su paso por las editoriales Pueblo y Educación, Arte y Literatura y Letras Cubanas. A él se deben colecciones especializadas y la gestión para la publicación de obras notables como los ensayos de arte y literatura de José Martí, prologados por Roberto Fernández Retamar; La radio en Cuba, de Oscar Luis López; El fuego de la semilla en surco, de Raúl Roa; la primera edición cubana del Diccionario Oxford de la Música, la ensayística de Leo Brouwer y Temas de la lira y el bongó, de Alejo Carpentier. Más que merecida fue su proclamación como Premio Nacional de Edición en 1999.
Cierto que el Diccionario Enciclopédico marca la cúspide de sus contribuciones; pero no son menores sus libros sobre Leo Brouwer y César Portillo de la Luz, por citar dos ejemplos.
En el Museo Nacional de la Música, en el cual llevó a cabo en los últimos años una ingente labor editorial, se sentirá su falta; como en las tertulias y debates que animaba con lo que el también imprescindible Leonardo Acosta llamó pasión huracanada de criollo santiaguero.
amss/Tomado
de Granma
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