Foto: José Manuel Correa
Este
martes hace una semana desde que los Alazanes de Granma se titularon por cuarta
ocasión, segunda consecutiva, como campeones nacionales. Aún resuenan los bates de Osvaldo Abreu, Guillermo
Avilés o de Iván Prieto. Llevamos seis días sin pelota y un vacío nos recorre
el alma beisbolera.
Sin embargo, el anuncio, en plena final
entre la caballería y los combativos Cocodrilos de Matanzas, del nacimiento –o
del renacimiento, porque desde la historia también se construye el futuro– de
la Liga Élite del Beisbol Cubano, fue como una convocatoria a seguir soñando
con bolas y strikes. Incluso, se lanzó una votación
popular en aras de buscar los nombres de las seis escuadras por el trofeo.
Un torneo que concentra la calidad, que por
su ubicación en fecha (octubre-enero) pudiera contar con algunos de los contratados
en el exterior, sobre todo con los de las lides asiáticas o europeas, y hasta
con su posterior crecimiento y evolución, con los que decidan –también contrato
mediante– desempeñarse en ella y no en otras del circuito del Caribe, enamoró y
cautivó.
Es una acertada fórmula para cumplir con una de las
frases más repetidas en los últimos 10 años: elevar el techo de la pelota
cubana, para lo cual es vital un certamen competitivo como el diseñado.
Pero una afirmación a Radio Rebelde, al
colega Guillermo Rodríguez, del director nacional, Juan Reinaldo Pérez, nos ha
dejado como a la novia de Pacheco, vestidos, pero sin fiesta: “La 62 Serie
Nacional se realizará a partir de septiembre de 2023”. La noticia nos dejaría
sin la Liga el próximo año, justamente, cuando iría a su segunda versión.
La futura cita, fruto de una estrategia que
incluyó a la afición, como cualquier otro torneo que persiga espectáculo y
calidad, debe establecerse, primero, en su fecha y calendario. Si actúa, y este
es el caso, de instancia cualitativa superior, debe ser en cada temporada su
colofón.
No creo que disminuya en nada a la que hasta ahora es la
máxima expresión: la Serie Nacional, solo que esta debe correrse en el tiempo,
sin modificar su estructura y como eslabón de ascenso de cara a la Liga Élite;
lo cual le agrega un incentivo más, porque actuaría como una vitrina de
talentos, además de mantener la competitividad entre las provincias.
Poner al evento liguero delante no cumple
el objetivo supremo de ser el de mayor envergadura; pues se vería afectado en
la participación, además de que, en la espiral de desarrollo que se busca, en
vez de subir la escalera la estaríamos bajando.
En su propio desarrollo y evolución ha de
ser una competencia que motive al pelotero, por el nivel; y también, como se
trata de seis equipos salidos, básicamente, de los 16 de la sn, por su
remuneración que, en tanto criterio selectivo para confeccionarlos, mayor
calidad y 50 partidos más que el resto, debe ser mayor.
Creo que la Liga Élite está bien pensada,
tiene poder seductor en un país beisbolero y de afición exigente; pero debemos
cuidarla, incluso, y con mucho celo, desde ahora, que se está gestando, para
que no muera al nacer o lo haga con malformaciones que, en vez de elevar el
techo de nuestra pelota, lo baje.
odh/Tomado de Granma
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