Foto: Ahmed Velázquez
Ya yo tenía la contraseña; eran tres toques,
pausa, y después dos más. Si no, ella no abría el portón de Tirry 81. Los años
70 fueron duros para ella y para muchos intelectuales y artistas. Eso es pan
comido, y pan agrio. Pero ante el muro inmenso de incomprensiones, la única
salvación era vivir el pedazo de vida que te tocaba. Ni ella ni yo nos sumimos
en la viscosa tristeza. Carilda
venía de vuelta de muchos agravios, de prejuicios y desdenes por el modo transgresor en que decidió erguirse
ante el mundo provinciano.
Decidimos reunirnos y visitarle. Éramos un
grupo bizarro, había aventura en nosotros. El trencito de Hershey salía de La
Habana en la mañana y llegaba a Matanzas en horas de la tarde. Éramos pocos, ni
tan felices, ni totalmente desgraciados. Pero éramos y la amábamos porque ella
era un ángel lascivo, y una gran poetisa. Su tiempo era el de nuestra juventud.
Y no íbamos a dejar que nos la escamotearan.
Ella es
Tirry 81 y su nombre es ya un epónimo. Ella no
tuvo opulentos padrinos porque fue bautizada en el río San Juan por la Macorina
y Papá Montero. Ella es Carilda
porque nadie más puede llamarse Carilda.
Y a ella la íbamos a visitar en tardes que se prolongaban y madrugadas con té
de caña santa porque no alcanzaba el café. Yo no sé qué es la bohemia de los
libros, la de Toulouse-Lautrec o Amedeo Modigliani en el Montmartre de fines
del XIX. Pero la de Tirry 81 la
conocí, la palpé, la abracé y no la cambio por ninguna otra. Una bohemia que
ella disfrutaba con su joven marido Félix; el tenor que coleccionaba dagas,
espadas y collares artesanales, que amaba como ella a las decenas de gatos de
la casa y a otro tenor, el canario Caruso, de plumas amarillentas y trinos
insoportables. La madre de Félix, Mariita, hacía el té y nos contaba historias
alucinantes. Ella podía ver la televisión a color cuando solo existía en blanco
y negro. Y conversaba con Chopin y con la Virgen María, que eran sus almas
protectoras. Carilda y yo leíamos nuestros poemas; mientras Ramiro Guerra, en
un patio de helechos y diefembaquia, hacía solos de zarabandas
hasta el amanecer. En esos festines matanceros se disipaban los males del
espíritu, y respirábamos un aire limpio que nos servía de aliento para regresar
a La Habana al día siguiente en el tren de Hershey.
Carilda es la
multiplicación de su propio ser porque a nada puede igualarse. Ella abrió las
puertas a la poesía neorromántica cubana de la mano de Emilio Ballagas y de
José Ángel Buesa. Y fue la novia de todos. Y escribió en el bufete sus poemas
políticos con un lirismo devastador. Ella es un viento impúdico, aciclonado.
Ella ha vivido en carne y hueso la poesía. Ella es inclasificable, pólvora y
amianto, a desvergüenza y dentellada, jugando a no perder la luz en el último
tute. Ella se rinde a diario a ella misma, a nadie más. Ella, ninfa del trauma,
profesional del fósforo, maldita, bendita, hermosa como un tulipán, graciosa
como un tomeguín, escandalosa como un petardo en medio de una sacristía, como
su leyenda a la que se ha rendido con enhiesta liviandad y pudor cómplice.
Ella no es explicable ni en la exégesis, ni en
el discernimiento. Ella es coloquial, surrealista, modernista y futurista, eso
sí, y vanguardista. Pudieron haberla asesinado con elogios banales y adjetivos
edulcorados, pero ella no se dejó vencer. Supo separar la paja del grano. Y
salió invicta como Safo, como Gertrudis Gómez, como Luisa Pérez de Zambrana,
como Fina García-Marruz.
Ella es la expresión desenfadada y profusa de
todas las quimeras soñadas por las mujeres de su época. Es la cúspide de una
radiante floración de poetisas que quedaron en el camino porque cogieron por la
vereda y se vistieron a la moda. Y fueron devoradas por su propio hastío,
mientras ella escribía poemas al sur de su garganta. Ella es un ángel lascivo y
un teorema social. Ella es un diablillo azafranado, un ave Fénix que ha
resucitado de sus cenizas.
Ella es un jirón de la tierra, la de su abuela
y la de ella, que es Cuba, y es el Nirvana y el Zen, junto a Zenea y a Plácido,
a Heredia y a Milanés.
Carilda,
estamos aquí porque tú nos acompañas a diario en esa ficción que es el tiempo.
Tú no has muerto. No nos pidas un espacio para estar junto a ti. Tú eres el
espacio profundo, insondable, donde tantos quisieran estar. Tú eres el tiempo
inmarcesible de nuestra juventud.
Por
amss/Tomado
de Granma
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