Texto y fotos: Marjoris López Abad
Lucilo Matos no tiene agencia de reservaciones, a pesar de la alta demanda de sus servicios de jardinería.
Sin cansancio aparente -son más de 80 años de trabajo sobre sus hombros- desbroza la mala hierba a su paso; de ahí que en La Coronela, La
Lisa, no pocos le solicitan la limpieza
de jardines, solares yermos o patios prisioneros de habitáculos temporales de
mosquitos y roedores.
Resaltan en este guantanamero-habanero
su buen carácter y esa respuesta afable y determinada de sus clientes: “Sí, sí.
Dígame. Y la chapea, ¿pa' cuándo?”; aunque reconoce, amén su voluntad, el deseo del descanso.
“Son muchos años y el cuerpo los siente..., pero esa
inquietud por ganarme un dinerito que exige el aumento descontrolado de los
precios de la comida, me levantan del sillón temprano en la mañana y al caer la
tarde, para trabajar y protegerme durante los horarios del fuerte Sol”.
Pequeño de estatura, no así de voluntades para salir
adelante, Lucilo chapea como todo un avezado en esas lides,
provocando asombro y preguntas.
“Me salvan el filo de mi machete y el interés por hacerlo,
y hacerlo bien”; sonríe mientras reta en sus actos a los más jóvenes.
Ese es Lucilo Matos,
uno de los tantos abuelos que desafían las canas, el amarillo de viejos
almanaques que ya no cuelgan sobre la pared, las enfermedades, los cayos de sus
pies, y el “eterno verano” de su país para demostrar cuánto aún hace en
nuestros pueblos la población envejecida de Cuba y a la que nos urge ayudar.
amss
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