Cartel del filme Lucía, de Humberto Solás / Tomado de Granma
Lucía trajo tres
mujeres y no se llevó a ninguna. Algunas, para ese momento ya estaban aquí, como
Raquel, abriendo un manantial de ideas solo con el rostro y la gesticulación.
Todo tiempo para ella fue nuestro tiempo. Su ciclo
vital fue como el viajar de un largo día a la noche, donde el trayecto le dio signo
a su existencia extraordinaria.
En Cuba ella fue el método, y ahí está Lucía
para demostrarlo, pero fue más que eso. Montada en su corcel, fuste en mano y gesto
enérgico, quien la recuerda, la recuerda bárbara por siempre, pero fue más que eso.
Es Juana de América perdiendo de uno en uno a sus hijos, pero es más que
eso. Madre de Un hombre de éxito, el dolor condensado en un grito, pero es
más que eso. Es La visita de la vieja dama, Un tranvía llamado deseo, Macbeth,
Réquiem para una reclusa, La dama de las camelias. Es más que eso, es Raquel
Revuelta.
Ella es menuda y frágil como son las bailarinas,
pero en este caso ella es menuda y frágil. Ella actúa. El actuar (siempre trata
de la danza que se lleva dentro) es un son, es un danzón, es un bolero. Y la música
que le acompaña, aunque no se oiga, tiene la nostalgia que nos trae esa Isla que
a veces se asombra de no ser norte, a veces. Tiene esa paz de los campos de caña
y de los valles de ingenios, la vastedad que hace sentir al hombre tan insignificante
como un hombre y esa tormenta del trópico con que se azotan a nuestras islas a la
vuelta de cada temporada. Tiene un vestido blanco pegado al cuerpo y a la vez holgado,
pues ella es menuda y es frágil.
Salió del agua, mojada en los sueños de Sergio.
Es promiscua y se insinúa a los espectadores: casi se entrega, casi se tiene y casi
falta, pero ella vuelve, pues el espectador, la está esperando. Actúa. Baila son,
baila danzón, baila bolero: bailan.
No caben en sí y no más se atraen ya se rechazan,
no falta el toque y se necesitan, se tienen juntos cuando se espantan. Es el mundo
detrás de sus hijos dando la espalda. Es la historia, por más que hurgues no la
conoces, por más que tiembles ya no te abriga, por más que actúe no te acompaña.
Te sientes triste. A fin y al cabo soy yo quien baila, al fin y al cabo, soy yo
quien huye, al fin y al cabo, soy yo quien talla. El espectador está seducido, el
espectador vuelve a casa, el espectador se derrumba: No hay música: es Eslinda Núñez.
Manuela, cuando exhausto de pactar una batalla para
este anunciado ejército de presencias, salga a buscar no sé qué humedad y cuáles
cosas, lo haré con la esperanza de encontrar en otras costas algo de tus orillas.
Y en tantas arenas ajenas escribiré tu nombre hasta que un golpe en playa al fin
logre, que las olas con que bato te dejen huellas.
Devueltas las noches en que ha sido entregada al
destino con que vive, ya no hay más desatino ni le espera más amado, pues llegado
el momento de los hambrientos festines, devorarán fieros mastines lo que quede de
su fuego, hasta que no sepa luego, si le queda otro intento. Por siempre guerrillera,
Adela Legrá.
Con Daisy, de qué amor puede tratarse si no es el
primogénito, aquel que inédito sacudió la pubertad hasta hacerle tangible el sexo.
Tú eres un amor de esos de larga espera y de interminables discursos que al cabo
sirvieron para aguzar la oratoria. De repartirse ingenuidades y ponerse bravos por
las más excelsas boberías. Un amor de huevo hervido y ensalada de estación. Uno,
con el que no podías y al fin cuando lo logras, el deseo te sale a borbotones de
tantos años contenido, como una fuente mestiza del Egipto faraónico, el paraíso
de leche según diseño del medioevo, o la vuelta mística a la tierra prometida y
el maná del cielo.
Entonces te das cuenta de que es un amor completo,
que luego de años de incubación ya ha salido con todos los cuartos llenos. Que lo
mismo es humedad que luna y los aguaceros torrenciales lo que te recuerdan es la
carne tibia del estrujado pañuelo con el que te sacudías la coriza. Y desciendes
despacio la caída de su ausencia, el concepto completo que al cabo has descubierto
para darte cuenta de que no tenerlo ha sido el precio. Y ya no duele igual. Ahora
que has tenido el abrazo del vientre, saber que ha sido único da frío. Entonces
vuelves a lo primario, al virginal suspiro y la caída, a vagar tontamente en el
recuerdo sin saber cómo revertir tu suerte, y ahí en ese limbo, arquetipo del quebrantado,
quedas detenida, por siempre Cecilia, Daisy Granados.
Tan solo un recuerdo de esa noche de medioevo, que
aterrorizado, se huye a casa de las brujas en acecho. Esas son horas de penumbra
y de daga fácil, de cintura que cruje bajo los brazos y de exhalaciones. La noche
trae conjuros, trae trompeta china, trae carnaval. La noche viene marchando custodiada
de centinelas y vestida de azafrán. Gélido es, en esta noche de alcurnia, en que
el bufón, el alcahuete la toma de la mano para hacerla danzar. Toca trompetilla
aguda y lleva ritmo de carnaval, toca la noche y pretende corromperla, la toca en
trance, la convida a la lujuria y ella, ¡ella!, pálida y frágil, le prende fuego
al instinto y se deja arrebatar. La noche fausta camina entre el fuego, la noche
fausta camina sobre el fuego, la noche fausta se nos va entre el fuego. Mirtha Ibarra,
recobra su virginidad.
En una buena cantidad de ocasiones, ignorar no es
resultado de no saber, es resultado de mirar sin tener suficiente intuición para
ver. Cuando no sepas, mira, que, si la suerte te acompaña, verás.
Ernesto Estévez Rams
amss/Tomado de Granma
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