La poetisa Lina de Feria. Foto: Ariel Cecilio Lemus
“Cuando surge el poema, viene el estilete del
afilamiento. Quiero captar la belleza, pero en penumbras me consumo como una
vela. La dosis de impiedad conmigo misma me cercena la respiración”.
Esta confesión de Lina de Feria (Santiago de Cuba, 1945) corresponde con exactitud
al ideario de su quehacer poético, a ese “aceptar la condenación y el albatros”
en los que emerge su sensibilidad.
Desde su primera juventud, Lina ha sido fiel a
esa agonía mallarmeana. Se advierte en Casa que no existía; libro
merecedor, ex aequo, del fundacional
Premio David 1967. Esta obra puso de relieve las inconfundibles dotes
escriturarias de Lina, versos en los
cuales las tempranas angustias existenciales de la autora cobran vida por medio
de imágenes relampagueantes y audaces metáforas; o mediante la riqueza
intelectual de los poemas, expresada en sutiles juegos intertextuales, en
particular referidos a la pintura y a la literatura.
Con apenas 22 años, Lina aporta a la poesía
insular una voz propia, original. Más de medio siglo después reafirmamos el
acierto del jurado del Premio David 1967 por haber decidido galardonarla junto
a Luis Rogelio (Wichy) Nogueras; dos voces de notabilísima autenticidad y
elevado esplendor literario. Ambos trazarían senderos muy personales en el modo
de plantearse y escribir la poesía.
A partir de esa fecha, la poeta devino una
especie de mito para nuestra generación y, lo más meritorio, para las
generaciones siguientes. Su poesía ha
tenido la capacidad comunicativa y temática de trasponer las fronteras etarias
para ser recibida con el mismo entusiasmo que se le confirió en la década de
los 60'.
Juntos hemos asistido a algunas ferias del
libro y a otros eventos culturales en nuestro país; en ellos he visto siempre,
maravillado, cómo la admiran los jóvenes, el fervor con que escuchan la lectura
de sus poemas y la identificación plena con las revelaciones de los sujetos
líricos.
Hecho curioso en cuanto a la recepción de esta
poética, ya que por momentos se torna compleja, incluso se aproxima a cierto
hermetismo en el que confluyen notas estilizadas del coloquialismo con formas
abstractas de reminiscencias origenistas, en especial lezamianas, y del peruano
César Vallejo.
Los hablantes poéticos de Lina muestran en ocasiones estados anímicos perturbados, lo que a
nivel discursivo se manifiesta en expresiones cercanas a los flujos de la
conciencia: el sueño repetido / la imagen de la imagen de la imagen /
pubis desnudo / en el sexo del otro que me ama. / la ojiva planifica / el
símbolo de la destrucción terrible / y esqueletea el hombre / entre corolas
silenciadas en óleos. (Ante la pérdida del safari a la jungla, VI,
2009).
Los libros de poesía de Lina de Feria deben comprender, si no sobrepasar, la cifra de unos
30 títulos, varios de ellos publicados en el extranjero. Es, sin duda, una escritora prolífica y de sostenida calidad.
Si entre Casa que no existía (1967)
y A mansalva de los años (1990) parece ocurrir un silencio
creativo, este no sucedió realmente. La autora trabajó intensamente en varios
proyectos culturales y escribió poesía, la que se revela al abrirse el decenio
de los 90', años en que publica sucesivamente numerosos poemarios hasta la
actualidad. Sobresalen, entre otros: El ojo milenario (1995), Los
rituales del inocente (1996), A la llegada del delfín (1998), El
libro de los equívocos (2001), La rebelión de los indemnes (2008), Espacios
imaginarios (2010), Caminando en el ocre (2012)
y Jaque a la muerte (2014).
Por su
valiosa producción lírica y aportes a la cultura cubana, Lina ha recibido
importantes distinciones, entre ellas el Premio Nacional de Literatura, en
2019.
Emmanuel
Tornés
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