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Fina García Marruz. Foto: Yordanka Almaguer
Ha partido Fina
García Marruz y vuelvo a esa parte suya que se queda en el mundo y pueden
tocar los vivos: su obra. Quien se ha ido hace apenas unas horas, escribía con
sello de ángel. Para orbitar en torno a ella, hay que buscar los libros.
Voy a ellos y allí está, límpida, como la gota
de agua con la que pudiera tranquilamente comparársele. Está de muchas formas:
dejando en la página en blanco de la que hablara Eliseo, su propio ser; jugando
con las palabras, arrullándolas o desnudándolas, según el propósito con que
quisiera sacar afuera lo que sintió escribir; haciendo versos que nacen siempre
en formato de joya.
No me parece allí tan tímida como
definitivamente sabemos que fue. Frente a su escritura se le ve tan resuelta,
que no puede menos que admirarse la confianza extrema de su ser en ese instante
único de la creación, cuando el decir se hace burbujeante e incontenible.
Es seductor todo su cosmos lírico. Por donde
quiera que se abre su Obra Poética, se topa el lector con la
agudeza. Inolvidables resultan las piezas de Créditos de Charlot,
desde cuya composición regresamos, aguzado el sentimiento, a la pantalla
grande. Los zapatos de Charlot / me conmueven más / que los que pintó
Van Gogh. / El desgaste diario (borde grueso) autónomo / anonimato del dolor /
que se curva ligeramente hacia arriba / como una sonrisa. / El pillete
callejero, la esquina / por la que dobla el perro, ya no más solitarios. (Los
zapatos de Charlot).
A veces busco en sus letras algún trazo de
humor. Fue tan simpática aquella vez que en la Unión de Escritores y Artistas
de Cuba protagonizó el panel que honraría a Samuel Feijóo, “la persona más
original que haya existido”. Como nunca, la vi reír y a su vez provocar la risa
de un auditorio, animado con su ánimo, al que le contó no pocas “samueladas”.
Desde hace mucho, muchísimo tiempo, Fina “guarda”
sus poemas en respetables antologías. En Una fiesta innombrable. Las
mejores poesías cubanas hasta 1960 según José Lezama Lima, conviven con
otras valías, varios de sus textos. Entre ellos, resuenan los versos de No
sabes de qué lejos he llegado (No sabes de qué lejos he llegado / a morirme
y a estar entre vosotros / ni hasta qué punto he sido desterrado / de la mágica
tela de los otros. (…).
Se leen allí cartas dirigidas por Lezama a
Fina, desde las que se aprecia la profunda simpatía e identificación del fundador
de Orígenes por la poetisa. “Mi buena y grande amiga: Se va acercando a una
estación la suma de lunas necesarias para que yo le agradeciese la dádiva de
una de sus metáforas”, comienza una de ellas.
Hallo a Fina en un poema que le dedicara
Roberto Fernández Retamar, titulado: Para Fina y su bello niño.
Allí apunta el poeta: (…) Oigo los nudos del rosal / En esa voz; yo
tiemblo: miro / La luz que le echa la sonrisa / A los ojos del bello niño.
Fina está en sus ensayos, en sus textos
martianos, en su martiana manera de mirar al Apóstol. Está en los que, con
poéticos acordes, concibe con absoluta precisión la naturaleza de la lírica.
Volver a Hablar de la poesía, ese texto mayor de sus meditaciones,
es un estreno permanente, una fiesta que celebra el lector del género, una
reflexión consciente que lo eleva a otras dimensiones de la sabiduría.
Y está, del más especial modo, en aquellos
versos de Cintio, tantas veces leídos, tan verídicos y siempre nuevos, que
guardan un poema como A mi esposa: Te amo, lo mismo / en el día de hoy
que en la eternidad, / en el cuerpo que en el alma, / y en el alma del cuerpo /
y en el cuerpo del alma, / lo mismo en el dolor / que en la bienaventuranza, /
para siempre.
amss/Tomado de Granma
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