El 7 de diciembre de 1896 un titán se hacìa inmortal; y tanta es la pervivencia del General Antonio, que todavía su pensamiento y su acción dictan lecciones de vertical intransigencia.

Por Rosa Pérez López
Hoy no es la manigua el lugar donde se dirime la disyuntiva entre la soberanía y la muerte.
No son los de Mal Tiempo, Ceja del Negro o Peralejo, los campos de batalla donde hoy se defiende la sobrevida de las conquistas por el bienestar de nuestro pueblo, pero el combate no es menos decisivo y heroico.
Ya no es a la sombra de unos mangos, donde en gesto de sublime y vertical lealtad a la sangre derramada durante diez años de contienda, se proclama en voz muy alta y con la frente erguida la voluntad de llevar adelante y hasta las últimas consecuencias, los sueños de justicia que alentaron la epopeya iniciada por nuestros precursores.
Esta vez no se trata -como en Baraguá- del compromiso con un decenio de contienda libertaria.
Ahora lo que está en juego es nuestro derecho a seguir mereciendo con honor el legado de Antonio Maceo.
Porque a ciento veintinueve años de su tránsito a la inmortalidad, el General Antonio sigue dictándonos el magisterio de su lúcida y previsora intransigencia.
Y nos urge atender la fuerza de su mente y recurrir a la fuerza de su brazo, porque con inteligencia y coraje es como se libran las actuales y complejas contiendas.
Y en el lugar señero reservado a los jefes imprescindibles; en la primera línea del combate que nos imponen estos tiempos, se seguirá escuchando, como un grito de guerra que nos habrá de conducir siempre a la victoria, la voz de mando del General Antonio.
YVL
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