Hoy quiero hablar de una ciudad con nombre de mujer, piernas de columnas, busto de balcones, ojos de vitrales, cabellos de tejados y un aroma de salitre -o quizás de lágrimas- que brota desde el mar para abarcar el banco más extenso que existe en el mundo: ese Malecón hecho a la medida de tantos romances... y nostalgias.
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| Fotos Yanirys Vicente Legrá |
Texto Rosa Pérez López
Fotos Yanirys Vicente Legrá
Hoy quiero hablar de La Habana, la capital que más ha inspirado a cantores, pintores y poetas.
Una ciudad que no fue preciso inventar, como dijera un bardo, porque existe hace quinientos seis años con su sonora amalgama de boleros, pregones, plegarias y consignas.
Esta Habana que amanece mezclando su esperanza con el sabor dulce-amargo del primer sorbo de café; que encara sus faenas cotidianas con el afán de hacer posible lo imposible... y se acuesta a dormir todas las noches colocando sus mejores anhelos debajo de la almohada.
Esta Habana marcada con tantas y tantas cicatrices, que sigue teniendo su noble corazón a flor de piel.
El mismo corazón colmado de las doctrinas del Maestro, multiplicado hace setenta y dos años en los legionarios que desde aquí partieron para asaltar el futuro una mañana de la Santa Ana.
Esta Habana, ávida y pródiga de amor al mismo tiempo, que reclama de sus hijos por nacimiento o adopción la entrega que merece una ciudad que a todos los cubanos pertenece.
Tan cosmopolita como tan cubana, tan real como maravillosa es esta Habana que se rehace a sí misma cada día a golpe de sueños, canciones y herramientas, para que nada ni nadie pueda arrebatarle nunca su derecho a ser feliz.
YVL

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