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| En la imagen, la muerte de Martí en Dos Ríos por Carlos Enríquez/Tomada del perfil de Facebook de Abel Prieto Jiménez Presidente de Casa de las Américas |
Texto Rosa Pérez López
Debió ese día atender las instrucciones del Generalísimo Máximo Gómez, que lo había conminado a permanecer en la retaguardia, porque era Martí, el alma de la revolución, quien debía sobrevivir a todos los embates de la guerra.
Debió pensar que aquella carta de María Mantilla no sería, sino sólo en su corazón, el infalible escudo que lo protegiera de las balas.
Pero ya era hora para el hombre que había presagiado su propia muerte de cara al sol, al recibir los mortales disparos que no solamente lo derribaron de su cabalgadura, sino transformaron el curso de la historia nacional.
Dicen que esa noche no fue preciso tocar a silencio en el campamento mambí; dicen que un doloroso sobrecogimiento atenazaba las gargantas de los consternados guerreros, que se negaron a comer; y dicen que, como nunca antes en su recia veteranía, al General dominicano se le vio un húmedo resplandor en la mirada.
YVL

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