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La caída en combate de José Martí, el alma de la revolución

Ya estaba José Martí todos los días en peligro de dar la vida por su país, tal como dijera a su amigo Manuel Mercado en una carta inconclusa, y a la vez tan concluyente, donde alertaba sobre las apetencias imperiales que ya se cernían sobre nuestra América. 
 
En la imagen, la muerte de Martí en Dos Ríos por Carlos Enríquez/Tomada del perfil de Facebook de Abel Prieto Jiménez Presidente de Casa de las Américas

 Texto Rosa Pérez López

Cuanto había hecho hasta entonces el Apóstol tenía el propósito de impedir con la libertad de Cuba que Estados Unidos cayera con esa fuerza más sobre los pueblos del continente, y a ese empeño hubiera seguido dedicando sus energías, su voluntad y su inteligencia, si aquel 19 de mayo de 1895 la inmortalidad no lo hubiera reclamado para siempre en el cruce de Dos Ríos.

Debió ese día atender las instrucciones del Generalísimo Máximo Gómez, que lo había conminado a permanecer en la retaguardia, porque era Martí, el alma de la revolución, quien debía sobrevivir a todos los embates de la guerra. 

Debió pensar que aquella carta de María Mantilla no sería, sino sólo en su corazón, el infalible escudo que lo protegiera de las balas.

Pero ya era hora para el hombre que había presagiado su propia muerte de cara al sol, al recibir los mortales disparos que no solamente lo derribaron de su cabalgadura, sino transformaron el curso de la historia nacional.

Dicen que esa noche no fue preciso tocar a silencio en el campamento mambí; dicen que un doloroso sobrecogimiento atenazaba las gargantas de los consternados guerreros, que se negaron a comer; y dicen que, como nunca antes en su recia veteranía, al General dominicano se le vio un húmedo resplandor en la mirada. 

YVL

 

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