Cuando el 11 de mayo de 1873 caía un hombre
hecho de palma en los potreros de Jimaguayú, Amalia Simoni perdía para siempre
a su amado Ignacio Agramonte y la Patria
insurrecta se quedaba sin El Mayor. 
Foto de archivo tomada del diario Granma digital
Dicen que el enemigo ultrajó el cuerpo sin vida del valiente general mambí; que no bastó al odio y a la cobardía de sus verdugos el balazo mortal en la sien.
Dicen que golpearon hasta lacerarla, la carne inerte con un látigo: el mismo látigo esclavista contra el que tanto el sublime patriota había luchado.
Dicen que no hubo honores militares, ni himnos ni banderas cuando lanzaron al fuego aquel cadáver que irradiaba virtud y luz de aurora.
Dicen que esparcieron sus cenizas sobre las llanuras de El Camagüey para que nadie pudiera verle, ni recordarle el rostro, el nombre y el ejemplo.
Hicieron bien las tropas de Agramonte en considerarlo incólume a las balas y a la muerte.
Hicieron bien en no contar jamás con la posibilidad de su caída en un postrer combate, porque la historia ha demostrado que morir no le está permitido a los hombres de su estirpe.
YVL
Véase
https://www.granma.cu/cuba/2023-05-10/ignacio-agramonte-el-mayor-a-150-anos-de-su-caida-en-combate
0 Comentarios
Con su comentario usted colabora en la gestión de contenidos y a mejorar nuestro trabajo