Es la ciudad de las convergencias y la resistencia. Uno de los símbolos imprescindibles de la Revolución Cubana, donde todo importa y todo cuenta, la ciudad de arterias profundas que habita en los sueños
Por estos días, después de las elecciones nacionales, hemos visto esas “sonrisas” de papalotes y chiringas, empujadas por una ligera brisa que los tensó hasta quebrarlos y desprenderlos del cordel que los sostenía a supuestas raíces identitarias, pero se quebraron mientras el céfiro les aguijoneaba más allá de fútiles sueños de cometas alimentados de etéreas esperanzas, las vimos a bolina sobre el ciberespacio, del otro lado de ese brazo de mar convertido en avenida intransitable, mientras perdure esa política de hostigamiento a través de la cual, los vecinos del norte, pretenden cambiar el sistema social que defendemos como pueblo.
Algunos de los orates mediáticos observaban, oraban y revisaban sus oráculos para no equivocarse, una vez más. Sin embargo, la ciudad-hogar tiene nuevos vientos de compromiso entre sus calles llenas de historias, el encaje urbanístico marcado por su ecléctica, en la convergencia de sus latidos que se extienden como partículas de vida desprendidas del espacio y el tiempo. La Habana, es la ciudad de las convergencias y la resistencia. Uno de los símbolos imprescindibles de la Revolución Cubana, donde todo importa y todo cuenta, la ciudad de arterias profundas que habita en los sueños y las ausencias. No basta respirarla y sentirla, sino amarla como ciudad que nos puebla de sonidos y fragancias que bajo la piel despiertan.
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