El maestro Joaquín Betancourt. Foto: Ariel Cecilio Lemus
Del muchacho que tempranamente desentrañó los secretos
del violín, sobre la base de estudio, observación, talento y tenacidad; al ser humano
de 72 años que derrota el paso del almanaque con sus facultades creadoras en plena
ebullición, una distinción le cabe a Joaquín
Betancourt: ¡maestro!
La academia y la calle, el aula y el salón de ensayo,
el estudio de grabación y la sala de conciertos. No se detiene en sí mismo, sino
en los demás. No pide, entrega. Magisterio que desde 2008 ejerce al frente de la
Joven Jazz Band, cuando en la edición de Jojazz de ese año le encomendaron armar
una alineación que evocara a la Orquesta Cubana de Música Moderna.
Tanto le imantó la idea que desde entonces, en medio
de sus tantos otros desempeños, nunca ha faltado al liderazgo de la Joven Jazz Band.
A veces, por encima de dificultades para conciliar diversos intereses y hallar espacio
para la práctica de conjunto y el montaje del repertorio. O como en el más reciente
Jazz Plaza, ausentes en la programación, aunque en el preludio de la fiesta se dio
el gusto de concebir un concierto de lujo junto a la Sinfónica Nacional y su titular
Enrique Pérez Mesa, en el que repasaron en clave jazzística partituras clásicas.
En estos mismos momentos a Joaquín le asisten razones
para sentirse satisfecho. Trascendió que el álbum Saldando deudas clasificó con una nominación de cara a Cubadisco 2023. Orgulloso de sus muchachos,
sí; más para él lo importante es haber dado vía libre a un proyecto sustancial en
la reactualización de la memoria musical cubana.
Días atrás, ante la presentación del fonograma,
declaró a la prensa: “Todos los artistas tenemos una deuda con el pasado. Nuestra
música tiene un recorrido amplio y una historia muy bonita que se pierde con el
paso de las generaciones. Lo idóneo es que no solo se conozca entre los jóvenes
intérpretes e instrumentistas, sino que también la ejecuten, como pasa con los temas
universales de la música clásica. En este proyecto soy el director y productor musical,
y todos los arreglos también van de mi mano”.
Con aires renovados arropó obras que no deben caer
en el olvido, por lo que significaron para más de una generación precedente; dígase
El son de Adalberto, de Adalberto Álvarez;
o Que me digan feo, del venerable Enrique
Bonne; Yo bailo de todo, de Rolando Vergara,
alguna vez en la cresta de la ola por la Ritmo Oriental; o Dale calabaza al pollo, de Juan Formell.
A la vista de la nómina de los músicos implicados,
alguien podría decir que el éxito se relaciona con la constelación de figuras de
primera línea. Joaquín hace una lectura diferente: contar con Alexander Abreu, Mandy
Cantero, Amaray, El Noro, Dayan Carrera, Emilio Frías, Issac Delgado, Cimafunk,
Alain Pérez, Samuel Formell y el Quinteto de Saxofones, el flautista Orlando Valle
(Maraca), el pianista Rolando Luna, el percusionista Yaroldy Abreu, los trombonistas
Amaury Pérez y Eduardo Sandoval y el guitarrista Héctor Quintana da fe de su poder
de convocatoria y a la vez de confrontar experiencias que redundan en la madurez
de los integrantes de la orquesta.
El artista, reconocido con el Premio Nacional de
la Música en 2019, sabe que salda deudas con la tradición de un formato de largo
aliento en la cultura sonora cubana del siglo pasado. La Orquesta Cubana de Música
Moderna, a la altura de 1967, no fue más que una nueva y rutilante estación de una
saga impresionante. Nadie mejor que Armando Romeu para conducirla, puesto que venía
de la Bellamar y la del Cabaret Tropicana. Huellas como las de Leonardo Timor, la
Banda Gigante del Benny, la Riverside, los Hermanos Palau, Chepín-Choven y Sabor
de Cuba, por solo citar unas pocas, inspiran de un modo u otro la propuesta del
maestro Betancourt.
Quince años después de echar a andar la Joven Jazz
Band, Joaquín mira hacia adelante. De ahí que alerte: “No es posible seguir tocando
o conociendo muy bien a Bach y Mozart, beberse de un sorbo toda la música de John
Coltrane y a John Lennon de un tirón, y atravesarse con la clave o cantar una canción
de Sindo cargada de melismas al estilo de la música estadounidense. Creo este un
deber desde mi trinchera personal: contribuir siempre a colocar nuestra música en
el lugar que merece, sin excluir nada; por el contrario, convivir con las múltiples
concepciones y estilos, porque también somos el mundo”.
Pedro de la Hoz
amss/Tomado
de Granma
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